14 de septiembre: santa Notburga, la criada obstinada que se negaba a trabajar
Tenida por patrona del descanso laboral, antepuso a Dios frente a los condes que se oponían a que diese las sobras a los pobres.
Su callada presencia facilitó que su señor pusiera fin a la guerra con su propio hermano
En el devenir de la Edad Media la Iglesia católica propuso al pueblo la veneración como santos a reyes, nobles, sacerdotes, monjas y monjes. Pero la protagonista de esta historia fue una de las primeras en las que las clases bajas se pudieron mirar como en un espejo y seguir así sus huellas. Notburga nació alrededor de 1265 en Rattenberg, núcleo del Tirol austriaco, hoy uno de los municipios urbanos más pequeños del país. La santa creció a orillas del río Inn, a los pies del castillo de Rattenberg, un lugar de paisaje similar a aquel en el que se rodaría siglos más tarde la escena de la canción Do-Re-Mi de la película Sonrisas y lágrimas.
La niña era hija de un sombrerero de Rattenberg, en los días en que todo hombre que se preciara debía llevar sobre su cabeza este atuendo. No debía de ser sin embargo un negocio muy boyante, porque Notburga fue llevada muy joven a servir como ayudante de cocina en el castillo de Rattenberg, donde vivía Enrique I, conde del Tirol. Allí tuvo la oportunidad de llevar a la acción la fe que heredó de los años en su familia. Reacia a tirar la comida sobrante del castillo, cada día terminaba su jornada llevando esos alimentos a los pobres de la zona.
Cuando su amo murió y su hijo Enrique II se convirtió en el nuevo señor del castillo, su esposa Ottilia prohibió a Notburga seguir con su costumbre de distribuir los restos a los más desfavorecidos. La criada obedeció, pero resolvió en su lugar observar algunos días de ayuno regulares a la semana, para dar lo que no comía a sus amigos los pobres.
Aquello disgustó también a Ottilia, la señora del palacio, que desde entonces intentó poner a su esposo el conde en contra de la santa. Así, un día esperó escondida a Notburga para sorprenderla in fraganti en su práctica de caridad y tener de qué acusarla, y cuando apareció la criada le pidió que le dejara ver lo que llevaba entre manos. Asustada, ella mostró lo que llevaba, y descubrió sorprendida que el pan y el vino que había cogido unos minutos antes se habían convertido milagrosamente en serrín y en lejía. Su señora no tuvo entonces nada que reprocharle y esa vez Notburga pudo salir indemne, pero la convivencia resultaba tan imposible que, al final, la sirvienta fue despedida.
El milagro de la hoz
La chica se vio obligada a buscar trabajo como campesina. Así acabó en una granja de la cercana población Eben am Achensee. Cuidaba del ganado y ayudaba en los campos, con una única condición que pidió a su patrono: cuando sonara el primer toque de campana de la tarde, tendría permiso para irse a la iglesia a rezar.
Pero un día, en plena temporada de cosecha, cuando más manos faltaban para la recolección, sonó la campana y Notburga quiso marcharse. Apremiado por la falta de manos para realizar el trabajo, su jefe se lo impidió, ante lo que ella blandió el instrumento que llevaba en su mano para segar. «Que mi hoz sea el juez entre tú y yo», le espetó. La lanzó al cielo y esta, asombrosamente, quedó suspendida en el aire, sin caer al suelo hasta que su patrón la dejó ir. Asustado, ya nunca más volvió a poner trabas a la vena devota de su jornalera.
Mientras todo esto pasaba, Ottilia cayó enferma y murió. Sobre el castillo de Rattenberg pareció caer una maldición. Enrique II se enfrentó en guerra contra su hermano y el castillo sufrió en esos años un aparatoso incendio, además de una peste porcina que hizo que muchos de sus habitantes tuvieran que marcharse. Esas calamidades parecieron hacer recapacitar al conde, que llamó de nuevo a Notburga a su servicio como cocinera, esta vez con el permiso de socorrer a los pobres como quisiera. Su presencia cambió el ambiente que se respiraba en el edificio y el conde no tardó en hacer las paces con su hermano.
Allí acabó sus días «la única santa medieval que no pertenecía a una orden ni a una familia distinguida», afirma Joachim Schäfer en el Diccionario ecuménico de los santos. «En el cielo medieval se encontraría prácticamente sola», añade con humor, puesto que fue «una extrañeza, una auténtica buscadora de asilo celestial».
Antes de morir, Notburga expresó su deseo de que su cuerpo fuera colocado en una carreta llevada por dos bueyes y enterrado donde la carreta se hubiera detenido. Según la leyenda, los animales tiraron de ella desde el castillo de Rattenberg hasta Eben am Achensee. Solo se detuvieron frente a la iglesia, donde fue finalmente inhumada.
Desde entonces se sucedieron las peregrinaciones a su tumba y hoy Notburga es la santa más conocida del Tirol. Se la considera en la región patrona de las criadas y la agricultura, así como de los populares festivales en los que paisanos visten trajes tradicionales. Junto a ello, también se la tiene como patrona y modelo de la necesidad del descanso laboral.