19 de septiembre: san Alonso de Orozco, el fraile agustino que murió en el Senado

19 de septiembre: san Alonso de Orozco, el fraile agustino que murió en el Senado

Difundió la fe en castellano entre el pueblo porque era la lengua que entendía todo el mundo. Fue nombrado predicador de la corte, pero llevó a Dios no solo al palacio sino también a las calles de Madrid

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La fachada del Senado, entonces colegio de la Encarnación, aparece en este cuadro de Agustín Alegre.
La fachada del Senado, entonces colegio de la Encarnación, aparece en este cuadro de Agustín Alegre. Foto: José Luiz Bernardes Ribeiro.

Sucede muchas veces que los santos ven frustradas en algún momento de su vida sus ansias apostólicas. A san Alonso de Orozco lo tuvieron que mandar de vuelta a casa cuando enfermó rumbo a América, donde iba a ser misionero. Eso no impidió que se convirtiera en uno de los autores más destacados de la literatura espiritual del Siglo de Oro. Nació en la Oropesa de Toledo, en el seno de una familia noble que ya había padecido la muerte prematura de dos de sus hijos. Con estos antecedentes, su madre encomendó el fruto de su embarazo a san Ildefonso, para que si era niño llegara a ser capellán de la Virgen como el santo toledano.

Con 11 años era ya uno de los seises que cantaban en la catedral, hasta que de joven marchó a estudiar a la universidad de Salamanca. Conoció a la comunidad agustina de la ciudad y especialmente a santo Tomás de Villanueva, que había entrado en la orden en 1518. Cuatro años después lo hizo el propio Orozco, siendo ordenado sacerdote en 1527. Aquella casa en la que inició su andadura consagrada fue un pulmón evangelizador en su tiempo, pues de allí salieron tres frailes que luego serían santos, 30 obispos, siete arzobispos y 16 predicadores y confesores de la Casa Real.

Después le nombraron predicador de la orden, pasando por varios conventos repartidos por toda la península. Tras su intentona misionera, se centró en escribir obras de espiritualidad. Él mismo contó al final de su vida que esa tarea la comenzó tras haber recibido en un sueño el encargo de la Virgen: «Escribe». Lo hizo de una manera que aquellos años era controvertida: en castellano, pues la costumbre de su época era hacerlo en latín. Escribir en lengua vernácula se veía como sospechoso porque Lutero —también agustino— hizo lo mismo en Alemania. «El monje alemán se apartó de la doctrina de la Iglesia, mientras que en Orozco y en España florecieron espléndidos frutos de santidad en fidelidad a la Iglesia», afirma Miguel Ángel Orcasitas, ex prior general de la Orden de San Agustín.

En la corte y en la calle

Gracias a eso fue muy leído en su tiempo, pues entre sus lectores propagó el espíritu contemplativo y el amor a la Eucaristía, hasta el punto de recomendar la comunión diaria en un tiempo en que no era habitual. Señala Orcasitas que su producción literaria «está al servicio de la evangelización y dirección espiritual», algo que plasmó en escritos «llenos de unción para llegar al lector y mover el corazón a sentimientos de agradecimiento y amor a Dios».

En 1554, siendo superior del convento de Valladolid, fue nombrado predicador real por el emperador Carlos V. Se trasladó a Madrid a vivir en el convento de San Felipe el Real, situado en plena Puerta del Sol. No solo se dedicó a pronunciar homilías ante reyes y cortesanos, sino que también salía a la calle a hablar de Dios a los pobres de la capital. Pronto se le conoció en toda la ciudad como «el santo de San Felipe».

En 1581 recibió como donación el colegio de la Encarnación, dedicado a la formación superior de frailes agustinos, cuyo terreno serviría más adelante, tras la desamortización (1835-1837), para levantar el actual edificio del Senado. Allí murió el 19 de septiembre de 1591 aquel de quien decían que «nunca entraba en oración, porque nunca salía de ella».

«El testimonio de san Alonso de Orozco nos habla hoy de fidelidad a la propia vocación y del servicio pastoral a todo tipo de personas, en las que trató de inculcar el conocimiento de la Biblia y la devoción a la Virgen», dice Orcasitas. «También —añade— nos enseña a valorar los sacramentos, a cooperar con Dios en la propia salvación, a dar importancia para ello a la ascesis y a respetar y aceptar la autoridad del Papa en la Iglesia».