23 de abril: san Jorge, el soldado y mártir que (no) mató a un dragón
El patrono de Cataluña es venerado desde Inglaterra a Rusia hasta Palestina o Etiopía. La tradición lo vincula a grandes gestas, pero su gran mérito es haber dado la vida por la fe
Pocos santos hay en el cristianismo que aúnen una tradición tan enriquecida con elementos legendarios y una veneración tan extendida. Así lo presenta el Martirologio Romano: «San Jorge, mártir, cuyo glorioso certamen, que tuvo lugar en Dióspolis o Lidda, en Palestina, celebran desde muy antiguo todas las Iglesias, desde Oriente hasta Occidente». La tradición añade que Jorge, Giwargis en siríaco clásico, pudo nacer entre el 275 y el 280 en Capadocia (Turquía), hijo del oficial romano Geroncio y de Policronia, cristiana, natural de Lidda (actual Lod, en Israel). Educado en la fe de su madre, siguió los pasos de su padre y llegó a formar parte de la guardia personal de Diocleciano. Cuando este inició en el 303 su tristemente célebre persecución anticristiana, Jorge se negó a participar y confesó su fe. Tras torturarlo para que apostatara lo decapitaron el 23 de abril de ese año.
Pocos años después, los relatos de peregrinos a Tierra Santa ya hablan de una iglesia en su honor en Lidda. El Papa Gelasio I permitió su inclusión en el catálogo de los santos en el 494, dentro de aquellos «justamente reverenciados, pero cuyos actos solo son conocidos por Dios». La devoción de los fieles rellenó el vacío.
El relato más célebre, recogido por el arzobispo de Génova Santiago de la Vorágine en su popular Leyenda dorada a mediados del siglo XIII, es su heroica lucha contra un dragón. La criatura tenía aterrorizada a las gentes de una ciudad —varias, incluida la catalana Montblanc, se disputan el honor—, obligadas a entregarle cada día a una persona en sacrificio. Cuando le tocaba a la princesa local, Jorge apareció y mató a la bestia. La población, agradecida, se convirtió al cristianismo. La historia, con reminiscencias a la imagen del dios fenicio Sabacio sobre un caballo blanco y al mito de Andrómeda y Perseo, no solo está posiblemente en el origen de todos los cuentos de princesas y dragones, sino que aumentó enormemente la popularidad de san Jorge.
Damià Amorós reconoce que «las representaciones que más me interesan de san Jorge son dos en las que ya ha cumplido su misión y es simplemente una persona con su caballo», sin la épica de la imagen tradicional. Una es la escultura de Josep Llimona en Montjuïc. La otra, un grabado de Joan Garcia Junceda (imagen) «cargando con el dragón, los pecados de otros».
Esta bebe también de los relatos de su intervención milagrosa en distintas batallas, con un protagonismo especial de la Corona de Aragón. No solo se cree —según el Costumari català de Joan Amades— que ayudó a Pedro I en Alcoraz (Huesca) contra los musulmanes en 1096, por lo que fue nombrado patrono de la nobleza aragonesa. También «se le vio junto a Jaime I en la toma de Valencia», relata Damià Amorós, historiador vinculado al proyecto Catalonia Sacra, de las diócesis de Cataluña. En 1456 las Cortes Catalanas consolidaron su patronazgo al declarar festivo el 23 de abril. Sin embargo, matiza, se trata de una relación «más institucional», implantada por las élites, «que popular». Por ejemplo, es titular de «poquísimas» iglesias y no es patrono de muchos pueblos ni de Barcelona. «Los caballeros medievales, por ejemplo, veneraban más a san Martín». Entre la población, solo «cogió fuerza» al irse ligando, por la coincidencia con el 23 de abril, a regalar rosas —en Barcelona era célebre ya en el siglo XIV la feria de esta flor en primavera— y, después, libros.
En otros lugares de los que es patrono o donde se le considera protector, como Inglaterra o Rusia (es patrono de Moscú) se repite esta devoción «más elitista que popular». Estos últimos son además «países con un fuerte espíritu guerrero y una vinculación muy grande con el poder monárquico». No es un rasgo universal, pues la veneración a san Jorge llega a sitios tan diversos como Portugal, Georgia, Palestina y todo Oriente Medio —también entre musulmanes— o Etiopía. Pero «es un elemento que muestra mucho del legado histórico» de esas «grandes potencias».
El historiador ve «que es interesante saber y conservarlo» como elemento cultural, aunque tanto la asociación con el poder terrenal como la leyenda parezcan tener poco que ver con la vida de un soldado venerado, no por sus gestas, sino por ser torturado y martirizado. Espiritualmente, cree que se puede aprovechar la historia del dragón a modo de parábola en la que este «representa el mal, la princesa el elemento pulcro que se entrega por lealtad a su país y san Jorge el enviado de Dios que la salva». Pero, sobre todo, del san Jorge real subraya que, como todos los primeros mártires, es un ejemplo de compromiso con sus creencias y de cómo con «fe y esperanza en la resurrección se puede dar la vida».