Cáritas Valencia nueve meses después de la DANA: «Se nota el cansancio, pero la normalidad no llega»
La riada aún afecta a la salud emocional, asegura Noèlia Alonso, responsable de Acción Humanitaria. Alaba la «labor titánica» de sus equipos para ofrecer su ayuda a todos
—¿Cómo está la situación más de nueve meses después de la DANA?
—Las familias han intentado buscar normalidad. Servicios como la electricidad o el agua potable ya están prácticamente arreglados; al menos, la gente con quien trabajamos ya no está en ese punto. Pero todavía queda mucho por hacer. Hay multitud de viviendas donde no se han podido aún iniciar las reformas: no hay mano de obra o las más afectadas están a la espera de saber quién se hace cargo. Muchos hogares han ido recibiendo ayudas. Pero otros siguen pendientes de respuesta y eso dificulta que se avance.
—¿La aplicación del plan de respuesta de Cáritas Diocesana de Valencia sí avanza como preveían?
—Nos centramos en cinco líneas de trabajo: necesidades básicas (la principal los primeros meses y aún acompañamos mucho); movilidad; vivienda; negocios y medios de vida y salud emocional. Estos tres últimos son los principales focos. Para viviendas y negocios se cubren, de forma individualizada y siempre desde el seguimiento, ayudas económicas para el alojamiento y para hacer frente a pagos o a terminar de cubrir las reformas, además de acompañar en temas como los permisos. Una cosa importante es que nuestras ayudas son complementarias, no pueden sustituir a las públicas.
Por otro lado, para estos arreglos colaboramos y hacemos de facilitadores con empresas: si podemos las ayudamos para que vuelvan a abrir y, si luego alguna familia las necesita, contactamos con ellas. Así se reactiva el tejido social.
—¿Qué están encontrando en el campo de la salud emocional?
—Queda mucho por trabajar. Durante meses la gente y los voluntarios —que también viven en estos pueblos— pusieron el piloto automático y se arrancaron a ayudar y a organizar sin prestar atención a este aspecto; también como mecanismo de defensa: «Yo continúo, estoy bien». Pero pasan los meses y la situación se calma, el cansancio se va notando, pero la normalidad no llega, y se suman pequeñas cosas como darte cuenta de que cierto objeto estaba en el trastero y lo has perdido. Hay nerviosismo porque las cosas van lentas. Ahora en verano, como en Navidad, vuelves a conectar con tu realidad, pero no es la de antes. Y sigue estando el miedo a que vuelva la lluvia.
—¿Cuál es la respuesta de Cáritas?
—Estamos activando proyectos en las zonas de mayor afectación, con la idea de que haya al menos uno en cada pueblo. Trabajamos con puntos de encuentro,
reuniones donde se escucha y se comparte. Si se encuentran situaciones que necesitan tratamiento más individualizado se deriva a psicólogos. No son propios, pero estamos en red con otros grupos.
—Desde el principio Cáritas quiso aprovechar esto para que los afectados que ya eran vulnerables mejoraran su situación previa. ¿Se está logrando?
—Ese es siempre el horizonte. Pero otro reto era que todos los afectados pudieran acceder al plan de ayuda; también quien no pensaba venir por no tener el perfil de usuario que suele haber en el imaginario colectivo. Queríamos decirles: «Aquí estamos». Nuestros equipos han hecho una tarea titánica de ir llamando a las puertas, literalmente.
—¿Ha dado resultado?
—Aunque siempre falta, hemos llegado a mucha más gente de lo que pensábamos. Al lanzar el plan hablábamos de atender a 20.000 personas en tres años y hoy ya tenemos más de 18.000 beneficiarios. Estamos en un punto de reflexión para ver cuál es el siguiente horizonte.
—¿Hay necesidades menos visibles?
—Ahora podemos empezar a hablar de desarrollo comunitario, de reactivar los espacios de comunidad. Ya se nota menos, pero hace unos meses no había nadie por la calle y los parques estaban vacíos o cerrados.
—Ahora mucha gente veranea en Valencia. ¿Se encontrarán esta realidad?
—Las zonas afectadas no son de turismo de playa. Sí se ven pérdidas a nivel medioambiental y para el cultivo del arroz en la Albufera. En otras zonas, como las de Cheste, Pedralba o Chiva, se perdieron otras cosechas. Y el impacto es mayor por la toxicidad del barro. Me parece importante que quien venga siga recordando que la situación va para largo.
—¿Pueden ayudar de alguna forma?
—La mejor es la aportación económica, porque así se dirige a las necesidades de las familias.