Furia
La instigación interesada a la violencia, la agitación del miedo o la instrumentalización política de la migración empiezan a ser el preocupante signo de una era donde no hay hechos, sino relatos; no hay evidencias, sino opiniones y no hay personas, sino individuos etiquetados
El impulso de la furia es consustancial al ser humano. En la película del mismo nombre, dirigida por Fritz Lang en el año 1936 el protagonista, un forastero, es víctima del linchamiento de todo un pueblo que le considera culpable del secuestro de una niña. Instigados por la fuerza de la masa, por relatos inventados o parciales y por los fallos de una justicia en la que apenas creen, una turba enfervorizada de vecinos acaba quemando la cárcel hasta dar por muerto al extranjero, que es privado de toda defensa y despojado absolutamente de su humanidad y de su historia.
El argumento de Furia es el retrato perfecto de una época que puso tristemente de manifiesto lo fácil que es hacer sucumbir a las masas ante la ira, con el recurso a las mentiras, a los miedos y a las manipulaciones. Y lo sencillo que es dejarse embriagar por la furia de una jauría humana.
Algo parecido a esa furia se ha desatado estos días en Torre Pacheco. En esta población de más de 40.000 habitantes, una de las más pobladas de la llanura del Campo de Cartagena, una turba violenta la ha emprendido con todo aquel que tenía apariencia de extranjero, que hablaba como un extranjero o que regentaba negocio de extranjero. El detonante ha sido la brutal paliza a un vecino de 68 años, que fue atacado por sorpresa durante su paseo matutino por la localidad. Antes de que las fuerzas de seguridad o los propios medios de comunicación desvelaran algún dato del sospechoso, o antes de que se produjera ninguna detención, una masa violenta, movilizada desde fuera del municipio, ya había empezado a impartir su propia justicia. Porque todo apuntaba a que el o los autores podrían haber sido magrebíes, haciendo el correlato habitual entre migración y delincuencia y poniendo, para ello, toda la artillería de los bulos y la propaganda.
Como la furia, esta correlación no es nueva; como tampoco lo es la inseguridad, el miedo o la propia inmigración, que es tan antigua como el ser humano. Pero la instigación interesada a la violencia, la agitación del miedo o la instrumentalización política de la migración empiezan a ser el preocupante signo de una era donde no hay hechos, sino relatos; no hay evidencias, sino opiniones y no hay personas, sino individuos, deshumanizados o etiquetados para que la furia encuentre siempre justificaciones.
Entender lo que ha ocurrido en Torre Pacheco lleva a hablar de muchos factores: una población que ha crecido de forma muy rápida por una inmigración indispensable para trabajar en el campo —algunos trabajadores llevan más de 20 años en el municipio—; falta de efectivos de seguridad frente al volumen de habitantes; choques entre jóvenes, algunos de ellos hijos de estos migrantes para los que no hay ascensor social, y un aumento de los hurtos y la delincuencia juvenil, que también denuncian los pachequeros de Marruecos, Senegal o Ecuador que un día vinieron a hacer de esta localidad su casa. Pero nunca un hecho aislado había convertido al migrante en sospechoso por el mero hecho de serlo. Por eso, piden calma frente a los relatos virales interesados; más presencia policial y que, ante la delincuencia, actúe la ley, la única salida frente a la furia y la barbarie.