19 de julio: santas Justa y Rufina, las alfareras que no honraron a la diosa pagana
Patronas de Sevilla, estas dos artesanas fueron torturadas hasta la muerte tras ser acusadas de sacrílegas por negarse a entregar sus cerámicas como ofrenda a un ídolo que representaba a Salambó
Cuenta la tradición que Justa y Rufina eran hermanas y se ganaban la vida como alfareras en Hispalis, actual Sevilla. Nacidas en torno a los años 268 y 270 en una familia modesta de cristianos clandestinos que subsistían con el negocio de la cerámica, ambas hermanas murieron en el año 287. «Fueron hijas de padres poco abundantes en bienes temporales, pero muy ricos en los espirituales», asegura Enrique Flórez en España sagrada, una monumental obra historiográfica española iniciada por este padre agustino en el siglo XVIII con el objetivo de reconstruir la historia eclesiástica de España. El tomo IX, donde reproduce la vida de las santas hispalenses, se enfoca específicamente en la provincia de la Bética en general y en la Iglesia de Sevilla en particular.
«Muy lejos de mezclarse las benditas hermanas en ninguna profanidad de los gentiles, añadían a la fe de su buena crianza la honestidad de costumbres, no haciendo mal a nadie, sino todo el bien que podían a los pobres, pues aquel mismo trato de alfarería con que se mantenían, le ordenaban precisamente a su sustento, tomando de él lo que necesitaban para comer y vestir y repartiendo lo demás a los necesitados», se lee en la hagiografía de Enríquez. Pero sucedió que un día que se celebraba en Hispalis la fiesta pagana de las Adonías, una procesión de gente que llevaba en andas una representación de la diosa de origen babilónico Salambó, pasó ante el mercado donde estaban las hermanas vendiendo sus creaciones y requirieron de las mujeres algunas vasijas como ofrenda a la diosa. Ellas dos se negaron, respondiendo «firmemente que no reconocían ni adoraban más que un Dios, creador del cielo y de la tierra, y no a aquel ídolo que no tenía vida ni sentido», recupera Flórez. La comitiva rompió varias de las piezas de Justa y Rufina y, fruto del enfrentamiento, se destruyó el ídolo de Salambó.
Acusadas por este motivo de sacrílegas ante el gobernador Diogeniano, fueron encarceladas y sometidas al potro de tortura y a los garfios de hierro. Viendo que no desfallecían, las obligaron a ir caminando descalzas por Sierra Morena, tal y como explica Elena Sainz Magaña, profesora de Historia del Arte, en un artículo de la Real Academia de la Historia Hispánica. «Cada paso que daban, como era por amor del celestial Esposo Jesucristo, las aumentaba el gozo y la constancia», se lee en España sagrada.
Justa murió de hambre y torturas en la cárcel y su cuerpo fue arrojado a un pozo. El entonces obispo de Sevilla, Sabino, procuró recoger los restos y les dio sepultura en un cementerio aledaño a la ciudad, conocido más tarde como Prado de Santa Justa. Rufina, tras amansar a un león que iba a devorarla en el anfiteatro, murió degollada y su cuerpo fue quemado. El obispo, de nuevo, recogió lo que quedaba de la muchacha y unió las reliquias de las dos hermanas. Probablemente, «la hagiografía de las santas ya estaba compuesta en los siglos VI y VII», cuenta Sainz Magaña. Fue entonces cuando el culto fue acrecentándose, sobre todo por la zona de la Bética, «como atestiguan las inscripciones, los oficios de los libros litúrgicos, los calendarios mozárabes y la cantidad de templos y altares que se les fueron dedicando a lo largo de los tiempos, entre los que destacan el templo mozárabe de santa Justa en Toledo y la iglesia y monasterio levantados sobre las cárceles de su martirio por el rey Fernando III, el Santo», añade la historiadora. El Martyriologium Hieronymianum menciona solo a santa Justa, pero el Acta Sanctorum recoge numerosos documentos relativos a las dos hermanas, tanto de martirologios antiguos cuanto de escritores más recientes como Ambrosio de Morales, Francisco de Padilla y Antonio de Quintadueñas, entre otros.
La Real Academia de la Historia Hispánica recuerda que a las hermanas se las representa iconográficamente juntas y vistiendo, por lo general, túnica talar al modo de las mujeres romanas, aunque sus vestimentas se han adaptado a los tiempos, como en el caso del lienzo de Goya, encargado en 1817 por el Cabildo de la catedral de Sevilla, en el que las santas aparecen ataviadas al modo de las mujeres del pueblo de la época y el río Guadalquivir en primer término. Sus atributos personales son las vasijas de barro rotas, a veces también un ídolo pagano mutilado y, en menos ocasiones, los símbolos de su martirio: la espada y los rastrillos de púas y un león que les lame los pies. Muchas veces aparece la Giralda, haciendo alusión a la leyenda según la cual las santas bajaron del cielo y, apoyándose en ella, la salvaron de un violento terremoto que azotó Sevilla en el siglo XVI, como señala Sainz Magaña. En el caso del cuadro de Goya, aparece desplazada a un extremo de la pintura formando parte de la catedral, en el fondo de la composición. En el colegio salesiano de la Santísima Trinidad, también en la ciudad, se conserva una antigua galería subterránea considerada tradicionalmente como la cárcel donde estuvieron presas. En su interior hay una columna de mármol con una cruz tallada de unos 10 centímetros que, según cuenta la leyenda, fue tallada por las santas con sus propias uñas durante su cautiverio.
Las santas Justa y Rufina son patronas de los alfareros y también de Sevilla, Orihuela, Huete y otras muchas localidades y su festividad se celebra en la capital hispalense el 17 de julio (siguiendo la tradición medieval hispánica) y, en otros lugares de España, el 19 de julio.