24 de julio: santa Cristina de Bolsena, la niña torturada por su padre
Tenía 11 años cuando su padre, el gobernador pagano de la región durante la persecución de Diocleciano, mandó martirizar a su hija en repetidas ocasiones por negarse a adorar a los ídolos y alabar a Dios hasta en un caldero hirviendo
Cristina de Bolsena, cuyo nombre significa exactamente «la fiel seguidora de Cristo» —haciendo gala de su tortuoso martirio— es una de las figuras más fascinantes de la hagiografía cristiana antigua; por ello, los principales estudiosos del cristianismo primitivo se han interesado por la santa. De hecho, su pasión ha llegado hasta nosotros en numerosas versiones de diferentes épocas. El texto más antiguo conocido data de la primera mitad del siglo V y se encuentra en un papiro procedente de Oxirrinco, Egipto. Desafortunadamente, este importante texto ha sobrevivido a trozos, pero el fragmento conservado está perfectamente traducido.
Aunque la historia más extendida está extraída de la Leyenda áurea del dominico Jacobo de la Vorágine, del siglo XIII, que cuenta que la santa nació en el seno de una familia noble, en Tiro, y que era tan hermosa que tenía no pocos pretendientes, pero sus padres ya habían elegido su suerte y la consagraron para dar culto a los dioses con tan solo 11 años. Para ello, la encerraron en una torre junto a doce doncellas más y varias estatuas de dioses en oro y plata. Pero Cristina adoraba a un solo Dios y rechazaba al resto. De hecho, en una ocasión, lanzó el incienso que tenía para rendir culto por la ventana de la torre y, otra tarde, tomó las estatuas de Júpiter, Apolo y Venus, las destruyó y donó los fragmentos a los pobres junto con la ropa que la cubría.
Cuando se enteró su padre, alertado por otra de las doncellas, se enfadó tanto que la hizo desnudar y ser golpeada por doce sirvientes, que «cumplieron la orden hasta desfallecer por la falta de fuerzas». Corría el siglo III y una de las persecuciones más sangrientas contra los cristianos se libraba en el mundo romano. Urbano, el padre, era el gobernador de la región y representaba el poder establecido; las leyes debían respetarse y, consciente de su papel, desde ese momento se convirtió en el perseguidor de su hija. De hecho, le pidió que hiciera un sacrificio a los dioses o sería «cruelmente atormentada». Al recibir la negativa de la niña, ordenó desgarrar su carne con clavos de hierro. No contento, hizo que pusieran a Cristina en una rueda y prendieran fuego. Cuenta la historia que la llama creció tanto que mató a más de 1.000 personas, pero no a ella. Su padre ordenó de nuevo llevar a su hija a prisión; deseaba no volver a verla. Aquella noche, cinco hombres la condujeron secretamente al lago y la arrojaron a las olas. Ataron una pesada piedra de molino al cuerpo de la santa pero, entonces, unos ángeles la levantaron en brazos y Cristo descendió hasta ella, bautizándola y encomendándola al arcángel Miguel para que la guiara de regreso a la orilla.
En el verano de 1263, un sacerdote llamado Pedro de Praga dudó de la presencia real de Jesucristo en el pan y en el vino consagrados. Entonces, peregrinó a Roma para rezar sobre la tumba de san Pedro y ahuyentar sus dudas. Durante el viaje de vuelta se detuvo a pernoctar en Bolsena y celebró Misa en la gruta de la basílica de Santa Cristina. En el momento de la consagración, la hostia empezó a sangrar sobre el corporal. Asustado y confuso, el sacerdote envolvió la hostia en dicho corporal de lino y se retiró a la sacristía. Durante el trayecto, algunas gotas de sangre cayeron sobre el suelo y las escaleras. El cura se dirigió inmediatamente al Papa Urbano IV, que estaba en Orvieto. El Pontífice envió a al obispo para que verificara la autenticidad del relato y recuperar las reliquias. Urbano IV lo declaró un hecho sobrenatural.
Al amanecer, Urbano salió de su palacio y se dirigió a la playa, regresando con tristeza al lugar donde había presenciado la partida del barco con su hija… Pero vio algo flotando a lo lejos sobre el agua, como la imagen de una niña. Impulsada por las olas, la figura se acercaba cada vez más, y, cuanto más la miraba, más divagaba. Era su Cristina, aferrada a la piedra de molino, flotando. Al ver esto, cuenta la hagiografía de la santa que Urbano gritó y se arrancó la cara, el pelo y la ropa, y, extendiendo las manos temblando hacia el cielo, maldijo a los dioses por su derrota. Su corazón no soportó tanto dolor y, atormentado por los demonios, el gobernador murió, no sin antes atribuir todos estos milagros a la brujería y mandar decapitar a la sangre de su sangre.
Su sucesor fue un juez no menos injusto que siguió con la tarea de Urbano e hizo sumergir a Cristina en un caldero hirviendo lleno de aceite, resina y brea, pero la santa alababa a Dios desde dentro de la olla. Entonces el juez, enojado, hizo que raparan la cabeza a la niña y ordenó que la llevaran desnuda al templo de Apolo. Tan pronto como llegó allí, el ídolo cayó al suelo en pedazos y el juez murió fulminado. Giuliano, el siguiente hombre encargado de terminar con ella, encendió un horno y la arrojó dentro; allí permaneció cinco días sin sufrir ningún daño. Como las llamas no apagaron su vida, metieron con Cristina áspides, víboras y culebras, que nada la hicieron tampoco. Giuliano exasperado ordenó arrancarle los pechos y estos manaban leche en lugar de sangre. Después le cortaron la lengua, pero la italiana no perdió la palabra por esto. Finalmente, perforaron a la pequeña con dos flechas en el corazón y una en el costado.
Así fue como falleció santa Cristina, aproximadamente en el año 297, en tiempos de Diocleciano. Después de soportar inenarrables torturas mientras daba gloria a Dios. Su cuerpo descansa en Bolsena, en Italia, cerca de la ciudad de Tiro, donde nació.