María es la estrella en tantos mares de quienes van agitados
La Virgen nos ofrece un camino para vivir la vida desde la confianza sin fisuras. Se pone como discípula a seguir a Jesús. No comprendió todo, pero nunca se apartó de Dios
¿Y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacía sus discípulos les dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos, estos son. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, este es mi madre, mi hermana y mi hermano».
Esta pregunta se sigue haciendo y nos la seguimos haciendo: ¿Y quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Hace poco Jesús nos respondía que nuestro hermano, nuestro prójimo era aquel que pasa a nuestro lado sin distinciones.
Pero hoy profundiza un poco más. Hoy esta pregunta se hace ante María, ante esta que vamos también hoy a sacar a la calle, a la que vamos a acompañar. Y ante María estas palabras no son un rechazo, sino más bien una revelación: Jesús no niega a María, sino que le da una relevancia social. No solo por ser madre, no solo por la tradición, no solo porque así se ha hecho siempre, no solo porque nos viene por la sangre; sino que Jesús valora a María por algo más: porque es distinta, porque ha dado opciones en su vida, porque ha pasado de ser madre a ser seguidora de Jesús.
Hoy celebramos con la Virgen del Carmen, la que más que madre es discípula. Para muchos, su nombre siempre evoca recuerdos de infancia, procesiones, escapularios, y oraciones que se susurran en silencio. Para otros es una patrona también y nos pilla más lejos porque Madrid no tiene mar, pero es una patrona que protege a los marineros en las travesías y a los hombres y mujeres que sienten las derivas de la vida.
Pero más allá de tradiciones y de costumbres hoy María nos regala una enseñanza de vida, y una enseñanza para alguien que lo hace delante de Jesús y del Evangelio que hemos escuchado; porque si algo define a María del Carmen es que siempre nos remite a Jesús, le ofrece, no se lo queda. Más que madre es aquella que provoca que conozcamos quién es Jesús, y nos lo da para que la Iglesia y todos aquellos que lo reciben formen una comunidad, diversos —como estamos aquí—, distintos, pensando cada uno de una manera, pero capaces de reconocer lo central de la vida.
María nos ayuda a ver la vida no desde las cosas que nos separan, sino desde las cosas que nos unen. María es la que nos enseña y la que ofrece continuamente a Jesús como diciendo: «Aquí tenéis la forma del camino». Por eso María lo que hace es ofrecernos un camino para vivir la vida desde la confianza sin fisuras, desde aquella que se pone como discípula a seguir a Jesús.
María es estrella, por eso siempre se ha visto como aquella que, en medio de las adversidades de la vida, es la que nos marca el norte. Cuando decimos que María es la estrella del mar no solo lo decimos para los barcos que navegan en la inmensidad, también es la estrella de quienes van agitados en la vida cotidiana, tantos mares desde por la mañana hasta la noche; tantos mares en las redes, en la política, en la parroquia, en la Iglesia… Tantos mares concretos en los padres que se preocupan por sus hijos, las madres que rezan en silencio, los abuelos que enseñan con ternura, los jóvenes que buscan su camino. Cuánta estrella necesitamos. María es la estrella para todos ellos.
Es la estrella porque, además, nos ofrece un camino de la vida que muy pocos dicen: la confianza. Sí, no está de moda, lo sé, pero ella hoy se atreve a decir: si necesitamos estrella, la luz es la confianza. Ella no comprendió todo, pero nunca se apartó de Dios. Su vida no fue un cuento de hadas, fue la historia de una mujer real con miedos, con muchas noches oscuras, con silencios, con incomprensiones alrededor. Fue la historia de aquella que aprendió a confiar y a callar antes que a gritar. Supo meditar en su corazón palabras que a veces no entendía. Supo ponerse en camino en cuanto alguien la necesitaba. Supo en silencio estar delante de la cruz, y supo reunir a los discípulos cuando estos estaban perdidos.
Hoy nos colocamos con ella como aquellos discípulos. Discípulos que no queremos perder la luz en la vida, que no queremos perder la esperanza ni queremos perder el norte. Personas como nosotros que cuando la vida nos bandea, queremos mantenernos firmes.
Ella nos ofrece dos cauces: nos ofrece un ancla que es la fe, la confianza en Dios; y nos ofrece una barca que es la Iglesia, un lugar donde navegar juntos, donde navegar a pesar de lo que zarandeen las olas de la vida. La fe y la barca de la Iglesia. Así María hoy a todos los que la queremos arropar, a todos los que la queremos abrazar, ella nos enseña y nos dice: vosotros pasad y ser de esta familia de Jesús.
Ese es el mensaje que nos da Jesús hoy: vosotros sois mi familia, pero no solo porque sois buenos —buenos hay en todos lados, y vosotros tenéis cara de buenos todos—,no solo por eso, no solo por lo que hacemos, hay algo más: no es el currículum lo que nos une, nosotros estamos aquí porque hemos hecho una opción de vida por ser distintos, por fiarnos de Dios y porque estamos en esta barca. Por eso somos la familia de Jesús; en pocos sitios se puede reunir una asamblea como esta, con tanta diversidad, pero con una finalidad común. Tenemos claro cuál es nuestra estrella, tenemos claro dónde está lo importante.
Por eso María nos hace distintos: aquellos que meditan la Palabra de Dios, aquellos que confían cuando las cosas se convencen y aquellos que en medio de la tormenta saben mirar dónde está aquella estrella que nos vuelve a casa. María confía y nos enseña a confiar, y María lo que hace es ofrecernos cuál es el centro. A todos nosotros nos gusta ponernos en el centro y colocar a los otros alrededor, ver la vida desde mí mismo. María nunca se ha puesto en el centro, ha puesto en el centro a Jesús, pone en el centro a los discípulos.
María es aquella que no busca el protagonismo de decir «lo que he hecho», sino «lo que Dios ha hecho en mí, lo que Dios ha hecho por mí». Una vez que confiemos y aprendamos esta lección de no ponernos en el centro, María nos hace discípulos. Necesitamos discípulos, hermanos; necesitamos discípulos que se sientan en la misma barca. Y necesitamos y os agradecemos que luchemos por construir esta barca, esta Iglesia, no solo en la parroquia sino a nuestro alrededor. Sabemos cómo es una Iglesia grande, plural, abierta, que navegamos en medio de muchos mares y muchos vientos.
Os doy las gracias hoy especialmente porque al mirar a María decís que sí a estar en esta barca y a construir la Iglesia. Y os doy las gracias —y María os da las gracias— por no solo construir la barca, sino saber que estamos unidos en la misma fe. No hace falta comprenderlo todo, como ella, pero sí hay que confiar en ella y confiar en que no se necesita tenerlo todo claro, sino responder a Dios. Dicen los marineros que lo más difícil es la oscuridad de la noche del mar, y dicen que no hay nada como mirar a la estrella del norte porque es la estrella que nos vuelve a casa. No hay cosa mejor hoy que en medio de las dificultades que tengamos todos, en esta barca que es la Iglesia, podamos juntos mirar y decir: hay una estrella que nos lleva a casa, y esa es María.
Ella nos enseña a mirar a Jesús como ella lo miró. Ella nos enseña a guardar silencio y a no ponernos en el centro cuando sea necesario. Ella nos enseña a ser buena gente como es ella, capaces de buscar lo importante de la vida y dejar de lado lo que nos divide. Que nos aglutine y nos haga Iglesia.
Ahora la sacaremos por medio de los pescantes, pero no es eso lo importante. Lo importante es que la saquemos en el corazón y que continuamente aquellos que miramos a María y que vemos que hay una estrella, nos convertimos en estrellas. Sí, en esa misma luz nos convertimos para la gente con la que trabajamos, para nuestros vecinos y vecinas, para nuestra familia, para la gente que tenemos a nuestro alrededor. Confiar, mirar a Dios, anclarnos en la fe y navegar, navegar juntos en esta nave de Iglesia.
María, Virgen del Carmen, Madre y Estrella de los Mares, acoge las vidas de todos los que estamos aquí. Acoge nuestras oraciones. Sostennos en medio de los embates de la vida y de nuestras debilidades; y enséñanos a caminar mirando la luz que desprendes, a caminar con fe hasta el puerto seguro que siempre hemos descubierto que es tu Hijo.