Pisando Tierra Santa
En el momento terrible del impacto de un misil en la parroquia de Gaza también se han hecho vida esas dos palabras: acogida y esperanza
El cuidado espiritual de los sufrientes a consecuencia de la enfermedad nos pone en marcha, nos impulsa a salir del lugar de confort para aprender a caminar mejor, a pie descalzo, sobre la tierra santa que es la profundidad del alma de quien sufre. En el corazón del enfermo, y de quienes le cuidan, encontramos esa zarza ardiente que, sin consumirse, nos atrae e invita a entrar en el terreno sagrado de los miedos y esperanzas de quien se convierte en paciente.
Y a mí me ha traído, otra vez más, a la Tierra Santa, para investigar e impulsar la dimensión espiritual dentro del cuidado integral de quienes aquí sufren también por su enfermedad. Recibido por el Patriarcado latino de Jerusalén, la comunidad cristiana local y, especialmente, acogido por la Universidad de Belén y los Hermanos de Lasalle, se me ofrece diariamente la oportunidad de conocer, acompañar, aprender y enseñar en distintos centros donde se cuida hasta el final.
Dos palabras pueden adelantar los resultados preliminares de esta estancia: acogida y esperanza. La acogida sin límites y sin buscar nada a cambio, simplemente el reconocernos hermanos, hijos del mismo Padre de todos, que se concreta no solo en el café de bienvenida allí donde llego, sino en la apertura de la casa y del corazón. Sentirse en familia, ser parte de la comunidad, cuidado, querido, valorado, acompañado. Y una esperanza fundada solo en la fe de un Dios que aquí se muestra, si cabe, más vivo y presente: la esperanza en momentos de dificultad, de mucha y grave dificultad como el que encaran los cristianos de esta Tierra Santa, invitados por la realidad a abandonarla y que permanecen anclados en su fe. Es posible sonreír, vivir, soñar a pesar del mal, de la enfermedad, de la guerra.
Y esto se transmite y se vive en la forma de acompañar en tantos lugares hasta el final. Especialmente en Jerusalén, en los hospitales de San Luis y de San José, de las hermanas de San José de la Aparición; en el Augusta Victoria, de la Federación Luterana, y en el nuevo proyecto de cuidados paliativos a domicilio en Belén, vinculado a la Natividad. Acoger y dar esperanza también al final de esta vida. Como dice el lema del San Luis, no podemos añadir días a su vida, pero sí vida a sus días.
Y estando en ello, precisamente en la sede del Patriarcado latino, el pasado 17 de julio recibí la noticia del misil que impactó sobre el complejo de la parroquia católica latina de la Sagrada Familia de Gaza, donde fallecieron tres cristianos y muchos otros resultaron heridos en su cuerpo —como su párroco, abouna Gabriel Romanelli—, y todos en su espíritu.
La noticia, naturalmente, ha tocado a los cristianos de Tierra Santa de forma especial. «Han atacado nuestra parroquia de Gaza», me decía por la tarde el párroco cuando nos disponíamos a celebrar la Eucaristía diaria. Pero en ese momento tan terrible, también se han hecho vida esas dos palabras: acogida y esperanza. Acoger el dolor de los hermanos y poner la esperanza en Dios que siempre, en todo momento, está sosteniendo y acompañando.
Un Dios que pone en marcha, manifestado en el patriarca, el cardenal Pizzaballa, que quiso vivir unos días en la parroquia atacada, alentando la esperanza, y que concluyó su visita con unas palabras que hago mías también: «Cada vez que vengo aquí, regreso a casa con más cosas aprendidas de las que he enseñado». Permaneced unidos en Jesús. Recen por la paz y por los cristianos de Tierra Santa.