¿Qué me da vida, qué me la quita? - Alfa y Omega

¿Qué me da vida, qué me la quita?

María Yela
La parábola del rico insensato. Rembrandt. Gemäldegalerie de Berlín (Alemania). Foto: Jan Arkesteijn

Evangelio: LUCAS 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

Comentario

Jesús se sorprende cuando uno de nosotros, de entre la multitud, le pide que medie para que su hermano reparta la herencia con él. Jesús no se identifica como repartidor, aunque como gesto de conciliación y entendimiento sí aprovecha la propuesta para enseñarnos que la codicia no es aconsejable y que, aunque tengamos de todo, podemos carecer de vida y paz interior. Y esa vivencia sí que es importante. Frenemos y reflexionemos sobre este equilibrio entre obtener y perder. ¿Somos ambiciosos? Si es así, ¿qué es lo que anhelamos y atesoramos? ¿Qué queremos alcanzar? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por obtenerlo? ¿Qué perdemos por ganar? ¿Es deseable o aconsejable el esfuerzo? Tener intereses y contar con objetivos vitales es necesario y positivo para estimularnos, pero hay un límite. ¿Lo conocemos y reconocemos en nuestro día a día?

Jesús nos narra en el Evangelio de Lucas un caso concreto de un hombre afanado en producir mucho y termina introduciendo una reflexión importante al respecto: ¿sabemos cuánto vamos a vivir? Esta incertidumbre nos persigue siempre en la vida, pero más que agobio ha de dejarnos un fondo de paz, de luz y serenidad al final. Pensemos, pues, como nos invita el Maestro, para no pagar un precio demasiado alto por acumular aquello que no sabemos si podremos disfrutar o no. ¿Y qué significa un precio alto? Meditemos sobre el sentido del tiempo, como nos enseña santa Teresa entre pucheros, valorando esa cena que hacemos día a día o un gesto tan sencillo como barrer nuestra casa, sintiendo cobijo y propiciándonos bienestar. Recordemos cómo John Lennon nos repetía que «la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes». Vivimos con agobio y estrés porque no nos alcanzan las 24 horas del día y la vida va pasando sin darnos apenas cuenta. Perdemos muchas veces la ocasión de disfrutar plenamente ese «aquí y ahora» tan esencial. Perdemos dar valor a la sencillez de cada momento ambicionando otros significativos, cuando podemos transformar y sentir cada acontecimiento como vida.

Otro matiz sobre el que reflexionar que nos aporta este fragmento del Evangelio es el de las disputas entre hermanos a la hora de repartir una herencia, por pequeña que sea la cantidad. En muchas ocasiones, desata discrepancias hondas y envenena relaciones. Los hermanos no los elegimos, sino que nos los regala la vida. Frecuentemente son muy diferentes a nosotros, pero enfriar o romper el sentido profundo de fraternidad por culpa de envidias y del dinero es muy doloroso y trágico. Nacemos desnudos y así nos iremos, sin nada. Salvo con el corazón lleno de nombres. 

Revisemos pues nuestros objetivos vitales: qué significan para mí la austeridad, el altruismo, la generosidad, el compañerismo, el desprendimiento, la fraternidad, la capacidad de compartir, de recibir, de anhelar, de luchar, de vivir con más serenidad. ¿Cuándo hacemos realidad todo ello? Descubramos el plan de Dios, ese que tiene para nosotros, y unamos nuestro plan al de Él. Recojamos el mensaje de hoy. No son las pertenencias las que dan vida. ¿De qué me sirve acumular, amontonar? ¿Qué me da vida? ¿Qué me la quita? Replanteemos nuestro tiempo y nuestro patrimonio; nuestros objetivos. Liberémonos de lo accesorio, compartamos y trabajemos para Dios. ¡Llenémonos de vida más que de cosas!