¿Es posible realizar inversiones financieras sin traicionar los principios y valores de la doctrina social de la Iglesia (DSI), apostando por la promoción de un desarrollo inclusivo e integral? Para las instituciones eclesiales en general y los católicos en particular, gestionar las actividades de inversión resulta un desafío continuo por las lógicas y el dinamismo del mercado financiero. Sin embargo, se trata de un reto impostergable porque no hay inversiones neutras y porque el dinero, como subrayaba el Papa Francisco, «debe usarse para el bien».
Más allá de eslóganes y estrategias que solo buscan mejorar la reputación corporativa o maquillar prácticas de dudosa moralidad, la llamada del Evangelio invita a cuestionarse con honestidad las motivaciones y fundamentos que regulan la gestión de los activos financieros. La DSI aporta un valor diferencial al término «inversiones responsables», que trasciende no solo los tradicionales conceptos financieros de liquidez, estabilidad y rentabilidad, sino que supera también los nuevos elementos que miden el impacto social o medioambiental en el siglo XXI.
Para los católicos que se dedican al mundo de las finanzas, tanto desde las instituciones como a título individual, la inversión responsable no se limita a una cuestión ética o de cumplimiento de estándares socialmente reconocidos: supone una forma de vida alineada con la misión y un ejercicio profesional desde la autorrevelación de Dios como fundamento de la fe, que conduce de forma natural a un compromiso por el bien común.
Consciente de esta necesidad de invertir bien el patrimonio, rentabilizándolo con responsabilidad, el cardenal José Cobo ha constituido un nuevo Comité de Inversiones —en el marco del Consejo Diocesano de Asuntos Económicos— que vela en la archidiócesis de Madrid por la aplicación de criterios técnicos e independientes conforme a la DSI. Porque, como pone de manifiesto el documento de la Santa Sede Mensuram bonam, invertir con la doctrina social de la Iglesia como brújula no solo es posible, sino que supone un canto de esperanza en un ámbito lleno de tentaciones e intereses.