Tuve la suerte de conocer a la fundadora de Mamás en Acción en una comida en la que lloré varias veces, y no soy especialmente de lágrima fácil. Ella es muy prudente en la entrevista y no cuenta las situaciones límite a las que tienen que hacer frente tras esas puertas tan silenciosas de los hospitales. Esas habitaciones que, reconozco, me llaman poderosamente la atención cuando voy a visitar a mi ahijado. ¿Quién estará al otro lado? ¿Habrá alguien sosteniendo su mano? ¿Un familiar poniendo sus labios sobre su frente por si tiene fiebre?
Un capellán amigo me dijo que quienes más solos están en esas camas son los ancianos. Si ya sufren la soledad en sus hogares, y no todos la gestionan bien, cómo será no tener a nadie en medio del terrible dolor físico que te lleva a un ingreso.
Mamás en Acción nació con una mujer valiente que no podía dejar de pensar en aquel niñito del hospital de La Fe que no tenía a nadie al pie de su cama. Y yo no dejo de pensar en todos esos mayores que han forjado nuestro pasado y presente, que nos han regalado el conocimiento para el futuro, y ahora solo sobran. En la salud y en la enfermedad. Quizá, Dios mediante, proponga unos Nietos en Acción. ¿Es buena idea?