Antonio Pampliega: «Llegamos a la guerra en taxi, que es lo que nos podíamos permitir» - Alfa y Omega

Antonio Pampliega: «Llegamos a la guerra en taxi, que es lo que nos podíamos permitir»

En su nuevo libro, escrito a los diez años de su secuestro a manos de Al Qaeda, el periodista recuerda a aquella generación de periodistas low cost que se jugaron la vida para contar la guerra de Siria

José Calderero de Aldecoa
Pampliega en Siria: Foto: Anónima cedida por Antonio Pampliega.

Punto y final. Antonio Pampliega deja definitivamente las coberturas de guerra como freelance. «Uno va cumpliendo años, en mi caso ya 43, y eso de seguir yendo a dar vueltas por el mundo, pagándomelo todo de mi bolsillo, intentando colocar piezas a precios irrisorios, creo que debe acabar», explica el periodista en conversación con Alfa y Omega.

Lo que continúan, sin embargo, son las secuelas que la guerra dejó en su vida. «Me trato de estrés postraumático. Voy a un psiquiatra y también al psicólogo», reconoce con franqueza. Buena parte de la culpa de este diagnóstico la tiene el secuestro que sufrió hace justo diez años por parte de Al Qaeda mientras realizaba un reportaje sobre los cascos blancos, la Defensa Civil Siria.

Además de permanecer retenido 299 días por los terroristas, Pampliega ha sido testigo directo del horror que desatan los conflictos. Muertos en plena calle que el periodista ha tenido que documentar y acto seguido sortear para continuar con una labor informativa clave, sin la cual tantas guerras no habrían existido a ojos de la comunidad internacional.

El periodista rememora muchos de estos sucesos en su nuevo libro Cowboys en el infierno (Editorial Diëresis), una novela —que bien podría haber sido un ensayo— en la que Antonio Pampliega sumerge al lector en la guerra de Siria y en la denigrante tarea de contarla sin apenas recursos económicos.

—¿Se podría haber evitado su secuestro si hubieras contado con un presupuesto adecuado para su cobertura sobre el terreno?
—La respuesta es sí. Si me hubieran pagado lo que realmente valían los reportajes, podríamos haber contratado una escolta armada. De hecho, el día anterior al secuestro, estuvimos hablando con una unidad militar rebelde y nos ofrecía acompañarnos con una ametralladora y hombres, por 1.200 euros. Pero a nosotros nos pagaban 120, a dividir entre dos, por los reportajes.

La situación de Pampliega y del resto de compañeros españoles clamaba al cielo en comparación con los colegas extranjeros. «A la vuelta de una salida en la que fuimos empotrados con los kurdos, que luchaban contra el Estado Islámico, coincidimos en la base con periodistas de la BBC, que iban con coches blindados, escolta armada, traductores y todo lo que te pudieras imaginar», rememora. «Nosotros llegamos a la guerra en taxi, que es lo que nos podíamos permitir. Low cost journalist, eso es lo que decíamos que éramos».

Pampliega (con mochila), a escasos metros de la caída de un misil. Foto: Manu Bravo.

Vuelta de los refugiados

Ahora la guerra ha terminado, o por lo menos la guerra abierta a gran escala. El Gobierno de Bashar al Assad cayó en diciembre y, desde entonces, han regresado a su hogar 1,7 millones de desplazados internos y 850.000 refugiados. «¿Eso significa que en Siria hay paz y no hay guerra? No significa eso», se pregunta y responde el periodista. Y añade: «Significa que hay gente desesperada que necesitaba regresar. En Siria actualmente hay un conflicto étnico entre lo que son alauitas, que era la etnia del régimen, y los sunitas, que son todos los demás. Hay una limpieza étnica».

En este contexto, el Gobierno de transición ha convocado elecciones para dentro de dos semanas. El proceso para elegir representantes en el Parlamento incluirá observadores internacionales, escaños reservados para mujeres y una nueva distribución de asientos según el censo poblacional de 2011. Se trata de una buena noticia que genera sentimientos encontrados a Pampliega. «El presidente era el líder de la facción de Al Qaeda que a mí me secuestró», señala no sin antes denunciar un juego internacional que coloca piezas y las derroca en función de los intereses más espurios.

Foto: Antonio Pampliega