Leo (Juli Grabenhenrich) es una adolescente alemana que tiene una crisis con su madre cuando esta le cuenta que su progenitor se llama Paolo (Luca Martinelli) y vive en Italia; que lo conoció en un camping y ella se quedó embarazada. Él, que tenía 21 años, se vio superado y se desentendió. Llena de rabia y desconcierto, Leo se escapa a Italia para conocer a su padre y hacerle un montón de preguntas que lleva apuntadas en su cuaderno. Finalmente encuentra a Paolo, que tiene un chiringuito en la playa, cerrado por ser invierno. Paolo se queda turbado, pues además de lo absolutamente inesperado de conocer a su hija, vive un momento personal muy delicado, ya que está tratando de reconstruir la relación con su actual pareja, Valeria, con la que tiene una niña pequeña. El encuentro entre padre e hija no llega en la mejor hora y parece abocado al fracaso. Pero la fuerza secreta del vínculo está ahí, dispuesta a luchar.
Alguno de nuestros lectores recordará la película María de Nazareth, dirigida por Giacomo Campiotti en 2012, en la que Paz Vega hacía de María Magdalena. María y José estaban interpretados, respectivamente, por la alemana Alissa Jung y Luca Martinelli. En ese rodaje comenzó una relación romántica entre ambos que llevó a Martinelli a dejar todo y trasladarse a vivir a Berlín para estar con ella. Ahora vuelven a coincidir en este proyecto italogermano en el que Alissa está detrás de las cámaras, como directora, y Luca delante, como coprotagonista. Pero realmente el centro de gravedad está en la joven y desconocida actriz Juli Grabenhenrich, una portentosa profesional que sabe estar a punto de llorar durante casi toda la cinta y que consigue hacerle al público un nudo en la garganta.
El filme se suma a tantísimos otros que, en los últimos años, indagan en las actualmente complejas relaciones paternofiliales. En este caso, partimos de una hija aparentemente motivada solo por la curiosidad y el reproche pero a la que, casi sin saberlo, lo que la mueve es el deseo de un vínculo. Se encuentra con un padre que solo está dispuesto a aceptar su rol paterno en secreto, pues lo que le importa es su vida actual, seriamente amenazada con la imprevista aparición de Leo. Pero el poco tiempo que pasan juntos va dejando atrás las pretensiones y fantasmas y solo queda a la vista del otro lo que son de verdad, con toda su fragilidad y vulnerabilidad. La película no quiere saber qué pasará en el futuro y si todo acabará en un gran happy end para todos los implicados. Le interesa detenerse en el proceso de encuentro entre padre e hija, con sus progresos y baches; un encuentro que debe darse independientemente de lo que implique para el día después. La introducción del personaje secundario de Edoardo apuntala la idea de que no existe un padre perfecto, pero que un padre es un padre.