Por el centenario, sobreabundan las ediciones de El gran Gatsby, del estadounidense Francis Scott Fitzgerald. Como complemento a la (re)lectura, Rodrigo Fresán ofrece su homenaje personal a esta novela, que representa por antonomasia aquellos no tan felices años 20 del siglo pasado, de fiestas desenfrenadas, negocios turbios, relajamiento moral y sentimientos turbulentos; y que es, a la vez, atemporal.
Más que descubrir, este librito de Fresán festeja; y con él, invita a una celebración apta para iniciados y no iniciados en la prosa fitzgeraldiana. Literalmente, en El pequeño Gatsby hay un apartado de «Gatsby para principiantes». A modo de aperitivo, ofrece la entrada de la Enciclopedia Británica que resume la historia de Jay Gatsby, un millonario hecho a sí mismo, y su búsqueda de la joven adinerada a quien amó en su juventud. Más allá de las idas y venidas de esta trama, que responde a «la pérdida desvelada y la recuperación soñada del primer amor», el experto explica que El gran Gatsby trata «del duelo entre los más altos y mayúsculos sentimientos y las más bajas y minúsculas pasiones». A partir de aquí, ya todo en El pequeño Gatsby es reflexión arrebatada de un lector que sabe honrar la memoria de un clásico irrefutable con argumentos incontestables que van de la erudición a la lírica, del ensayo a lo especulativo.
Fresán es un enamorado que lee El gran Gatsby una vez al año porque se quedó hipnotizado por la simbólica luz verde al otro lado de la bahía; al igual que el protagonista, «romántico y trágico» Gatsby, nacido de la pluma de un «escritor soñador», y que tantos de nosotros.
«Más pre-existencialista que social-realista y más afrancesada que inglesa», argumenta que esta es «una novela de ideas y de acción, de clase y política». Cataloga personajes y géneros, explica que también es una novela gansteril, negra y del subgénero hard-boiled. «No es casual» que su sombra «se proyecte a lo largo de los años en varias de las mejores novelas de género en las que la amistad, la lealtad y la traición son temas y sentimientos principales». A los méritos ensalzados, Fresán añade que es «una novela hecha de detalles», que está más viva que nunca y que «es uno de los textos más didácticos (y mucho más provechoso y económico que un taller literario) a la hora de enseñar y aprender cómo puede y debe ser construida una novela».
Al final, no se resiste a citar el célebre comienzo: «Cuando yo era más joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. “Antes de criticar a nadie”, me dijo, “recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú”».