Confiar todo a la buena voluntad no basta

En la primera mitad del año, 17 hombres han segado la vida de sus parejas en España; y, en algún caso —como el reciente de Algemesí— la de sus hijos. Todo ello en un contexto en el que el año pasado se rompieron en nuestro país 95.000 matrimonios, un 3,6 % que en 2023. A la Iglesia, no podía ser menos, le duele esta realidad. Y está cada vez más concienciada de su deber de intentar intervenir para prevenir estos dramas. Pero celo y prudencia deben ir de la mano, sobre todo cuando lo que está en juego es lo más íntimo de la vida de las personas. «No basta con tener intención de hacer las cosas bien», subrayan en estas páginas los responsables del Servicio de Acompañamiento y Mediación Familiar Canónica (SAMIC). Por ello, es importante la formación. Por ello, esta realidad nacida en la archidiócesis de Valencia ha desarrollado un protocolo que guíe a los profesionales y voluntarios que acompañan a los matrimonios en crisis. Los frutos están ahí, y en el SAMIC ya están constatando el interés de la Iglesia en otros países por su forma de trabajar.

La advertencia de los responsables del SAMIC se aplica a todos los ámbitos. La Iglesia, a nivel universal, todavía se está recuperando de los daños causados por dejar la gestión de diversos temas, como la economía o la actuación ante casos de abusos, en manos de personas que, si bien podían hacerlo con muy buena voluntad —al menos en no pocos casos—, no contaban con el conocimiento de estas cuestiones en toda su profundidad y sus implicaciones. Pero sucede lo mismo en ámbitos mucho más inofensivos, como pueden ser la catequesis o la evangelización. El contar con personas de a pie que asumen tareas por amor al Señor es uno de los mayores capitales humanos de la Iglesia. Pero ello no es óbice para que estas personas reciban la formación y todo tipo de ayuda para hacerlo lo mejor posible. No es católica una presunta confianza en la providencia que lleva a ponerse manos a la obra sin seriedad.