Diez años de un acuerdo que quiso ser pionero - Alfa y Omega

El reconocimiento del Estado de Palestina por la Santa Sede hace una década no llegó por casualidad. La Santa Sede había establecido acuerdos con la Organización para la Liberación de Palestina ya en 1994; y en 2011 había apoyado el reconocimiento de Palestina como Estado en la UNESCO, la agencia de la ONU para la cultura, lo que allanó el camino para el reconocimiento de Palestina como Estado Observador en las Naciones Unidas en 2012.

La Santa Sede ha mirado siempre con prudencia, con interés y —¿por qué no?— benevolencia este camino, convencida de que ello haría avanzar la solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino, con fronteras internacionalmente reconocidas y con estatus internacional para la capital, Jerusalén.

El 26 de junio de 2015 la Santa Sede reconoció oficialmente al Estado de Palestina, firmando un acuerdo global con un preámbulo y 32 artículos que, sí, despertó la ira de Israel —y Tel Aviv hizo saber que se reservaba el derecho de estudiar el acuerdo en detalle—, pero que, al mismo tiempo, pretendía ser un modelo para acuerdos similares con otros países de Oriente Medio.

El acuerdo, de hecho, seguía desde cierto punto de vista el modelo clásico de los acuerdos bilaterales entre la Santa Sede y otros Estados, pero también contenía algunos elementos de una novedad sustancial. En primer lugar, la Iglesia obtuvo reconocimiento jurídico y se estableció de manera muy fuerte el derecho a la objeción de conciencia, como nunca antes había sucedido en los acuerdos entre la Santa Sede y una contraparte. El acuerdo también establecía la libertad de la Iglesia no solo en los lugares de culto, sino también en actividades caritativas y sociales, en la enseñanza, en los medios de comunicación y en la vida pública. Era la primera vez que esto sucedía en un Estado de mayoría musulmana. Además, el acuerdo se proponía como algo «pionero» para una solución pacífica al conflicto israelí-palestino.

Como todos los acuerdos, también este fue parte de un largo camino. La Santa Sede ya había firmado un acuerdo básico con la Autoridad Palestina en 2000. Las negociaciones comenzaron en 2010 y contaron —también por primera vez— con la participación de la comunidad católica palestina.

Diez años después, aquel acuerdo sigue pareciendo un hito, un punto de referencia del que no se puede prescindir. Ante la reacción de Israel a los ataques de Hamás, la Santa Sede ha respondido condenando la difícil situación humanitaria que se ha agravado progresivamente en Gaza, pero siempre defendiendo el derecho de Israel a existir, y siempre condenando todo acto terrorista.

Sin embargo, mientras la Knesset (el Parlamento de Israel) vota a favor de la anexión de Cisjordania, negando de hecho la resolución 181 de las Naciones Unidas (1947), el plan de partición para Palestina reconocido internacionalmente y la creación de dos Estados, judío y árabe, el acuerdo entre la Santa Sede y Palestina en última instancia establece un límite: habla de la existencia de un Estado con fronteras reconocidas. Conviene recordar que la Santa Sede tiene también un Acuerdo Fundamental con Israel, firmado en 1993, del que, sin embargo, todavía quedan algunas partes por ultimar.

Cuando Palestina fue reconocida como Estado observador por la ONU en 2012, la Santa Sede emitió una declaración de peso, no como árbitro, sino como un país particularmente interesado en el desarrollo de los acontecimientos y ansioso de mantener relaciones de cercanía tanto con israelíes como con palestinos. Con los primeros, también para concluir las negociaciones sobre la aplicación del Acuerdo Fundamental, que parecen no tener fin. Con esto último, porque los cristianos de la región son en su mayoría árabes palestinos, una minoría aislada que debe ser protegida.

Esta sigue siendo la situación. Por supuesto, el equilibrio diplomático a veces da paso a la preocupación por la emergencia humanitaria. El acuerdo entre la Santa Sede y Palestina es hoy un punto de referencia al que aferrarse mientras se resuelve la crisis.