Dios cuenta con vuestro esfuerzo para que la Iglesia siga estando aquí - Alfa y Omega

Dios cuenta con vuestro esfuerzo para que la Iglesia siga estando aquí

Un centenario es para mirar con gratitud al pasado y ver que los cristianos tenemos dos grandes formas de entender el amor: en la Eucaristía y en la mirada samaritana

José Cobo Cano
El arzobispo durante la celebración, con el vicario, el arcipreste y sacerdotes de la zona. Foto: Javier López

Son muchas personas. Desde la edificación de este templo, desde que El Espartal tiene una parroquia, desde aquella primera ilusión de «hagámoslo», desde venir aquí los domingos —en el verano es más fácil, en el invierno más difícil—, pero siempre 100 años celebrando la Eucaristía, 100 años escuchando la Palabra de Dios, 100 años partiendo el pan, 100 años acompañando en el dolor. 

Hoy es un tiempo para dar gracias por cada hombre y cada mujer que ha pasado por aquí, por los sacerdotes que han sostenido la vida de esta comunidad. Y hoy celebramos algo precioso: la Iglesia está aquí; la Iglesia sigue estando aquí. Por eso hoy hemos querido venir desde el vicario, el arcipreste, los sacerdotes de las comunidades de los pueblos vecinos para reconocer con vosotros lo importante que es la Iglesia. Pero la Iglesia está no solo como piedras, sino como vecinos y vecinas que hacen posible la Palabra de Dios, que cuando alguien tiene el duelo lo pueda celebrar y lo pueda presentar a Dios, que cuando los niños quieran acercarse a la Eucaristía y conocer a Jesús lo puedan hacer, y que, en definitiva, cuando alguien que pasa por aquí, que vive aquí o que viene aquí los fines de semana pero que necesita esperanza y misericordia, lo puedan tener. Porque eso es la Iglesia.

Por eso es tan importante, y para mí como obispo es tan importante reconocer que, en cada lugar, en cada pueblo, en cada barrio, hay un grupo de vecinos y vecinas que son llamados por el Señor a construir su Iglesia. Vosotros no estáis aquí por casualidad. Ningún cristiano está por casualidad. En otros tiempos podía ser porque todo el mundo venía. Pero ahora reconocemos que no es casualidad. Cada uno de vosotros estáis aquí no solo porque habéis querido, sino porque habéis sido llamados.

Dios, desde el principio, ha ido llamando a personas concretas que han sido padres, abuelos, vecinos y vecinas, las ha llamado a reunirse y a formar Iglesia y a construir un templo más grande que este. El templo de nuestras familias, de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, era mucho más grande y mucho más bonito que cualquier templo que podamos construir nosotros. Esa es nuestra iglesia y por eso tenemos templos, por eso edificamos templos: porque queremos hacer un lugar de acogida para celebrar a Dios y para acogernos en todos los momentos de la vida. 

El templo casi se queda pequeño para acoger a los fieles. Fotos: Javier López

Por eso hoy, de nuevo, el Evangelio y la Palabra de Dios nos iluminan con un mensaje, con un diálogo que tiene Jesús también con nosotros. Hoy le preguntamos, como a Jesús le preguntaban: «Pero Maestro, con la que está cayendo, ¿qué es esto de la vida eterna?». Porque nos dice que todo es de hoy para mañana. Yo, cada vez que dialogo con personas del mundo de la cultura, del arte, de la política, siempre me siento muy satisfecho y con cierto orgullo porque en la Iglesia no hablamos de hoy para mañana. Nosotros hemos aprendido que lo nuestro es mucho más de 100 años y que venimos de más allá de 100 años. Porque lo nuestro, lo que anunciamos y estamos predicando, es que aquí, en cada parroquia, celebramos que la vida es eterna. Que somos eternos.

Eso a veces nos cuesta trabajando entenderlo. Otras veces se tiene que presentar en medio del dolor, de la separación, del duelo. Otras veces se presenta en forma de amor, cuando las parejas se casan. Otras veces… Pero siempre es lo mismo: la vida eterna es nuestro objetivo. Eso es lo que representamos también cada vez que celebramos los años de una parroquia. No nos olvidemos que tendremos que ir a la vida eterna.

De repente, le preguntan a Jesús: «Pero, ¿qué hay que hacer?» Y Jesús nos hace caer en la cuenta. ¿Sabéis lo que queda de verdad? ¿Lo que hemos guardado? No. ¿Lo que nos hemos peleado? Ni siquiera. ¿Lo que hemos competido y las herencias que hemos arreglado? No, eso se va.  ¿Qué es lo que realmente se queda? Lo que amamos, lo que mimamos, lo que vivimos con misericordia.

Y poder celebrar hoy aquí que lo que amamos va a la vida eterna. Es decir, todo lo que se ha amado en El Espartal, todo lo que han amado nuestra gente, nuestros vecinos, nuestras familias, todos los que han habitado aquí. Han amado y han podido celebrar; esto es eterno. Igual que luego nosotros. ¿O creéis que esta celebración de hoy se acaba con hoy? No, va a la eternidad. Cualquier gotita de algunos, incluso la que no se ve. Eso que haces con tus hermanos, con el cole, con los trabajos o en la familia… cualquier acto de amor va a la vida eterna. Por eso, cuando le preguntan a Jesús: «Pero esto de la vida eterna está muy lejos. Y, ¿qué es eso de amar?».  Ya veis que hay dos preguntas, que pasaron para Jesús y pasan para hoy: ¿qué es la vida eterna? ¿Qué es el amor? Jesús dice hay que amar a Dios y le dicen: «Yo ya amo a Dios, pero es que no aguanto a mis vecinos». «Es que yo amo a Dios, pero yo solo amo a mis papás o a mi familia, o a mis hijos o a mis nietos, pero ya a los vecinos es otra cosa, porque eso ya…». Mirad que la parroquia y el templo están abiertos siempre a todos para recordarnos a quién amar o quién es mi prójimo. Pero Jesús hoy nos lo dice, además: «¿Quién es tu prójimo?». Y ahí lo pone: el que está al lado.

Un centenario es para mirar con gratitud al pasado y ver que la Iglesia tiene dos grandes formas de entender el amor. Entendemos el amor en la Eucaristía —y ahí habéis estado 100 años dando la Eucaristía— para que nos dé ojos y nos enseñe a entender en qué consiste el amor. Pero hay otro pilar fundamental para la Iglesia, en cada parroquia y en cada iglesia; y es la mirada samaritana al mundo, la mirada de este que hoy Jesús nos pone en el Evangelio. Mirar con gratitud es entender que cada parroquia, al celebrar la Eucaristía, es una posada, la posada del buen samaritano, donde todo el que esté herido, todo el que necesite de nosotros, pueda venir a cualquier parroquia, de cualquier lugar de la Iglesia, y pueda decir «yo sé que hay un cura».

Pero esto no se hace solo. Eso no se hace porque haya un cura; eso ayuda. Se hace porque hay una comunidad de vecinos, porque haya cristianos vecinos de ese lugar que hagan que esto sea un hogar. Esto podría ser un templo tipo museo, le podrían decir a los turistas que aquí hay un arco que se hizo hace 100 años y la gente viene. ¿Y qué? Eso no vale para nada. ¿Qué es lo que da valor a esto?: que se pueda decir que aquí se casó mi madre, aquí se bautizaron mis nietos, aquí mis antepasados vivieron y rezaron, aquí se enterró a los míos, aquí se amó… y eso es eterno.

Esa mirada eucarística y de samaritanos es la que celebramos. Por eso un centenario hoy es para mirar también el presente y mirarlo intensamente. Celebrar la Eucaristía es algo que os pido, os animo y os invito continuamente a hacer: a sostener la Eucaristía en esta parroquia, a sostener aquí la Eucaristía como un corazoncito que da luz y aliento al vecino. No estaremos todos, pero este es el corazón, la vida cristiana y la vida de misericordia también de nuestros vecinos. Ser eucarísticos, celebrar la Eucaristía, también hoy nos lleva a comprometernos con la vida del samaritano. El primer buen samaritano es Jesús, que lo hace con cada uno de nosotros; pero el venir hoy aquí a celebrar la Eucaristía, el venir hoy aquí a recoger esa vida eterna, es entender que lo nuestro es la mirada del samaritano.

Fijaos bien: el samaritano nos dice que los importantes en la Iglesia no son los que van con muchas cabalgaduras, son los que están tirados al borde del camino; porque ahí es donde Jesús quiere que seamos libres; y quiere que su Iglesia esté atenta a los que lo necesitan, a los heridos, a la gente que a lo mejor está a nuestro alrededor y nadie se da cuenta de ella.

Pasa un juez que tenía que ir al juicio y pasa un sacerdote que tenía que ir a celebrar; todos tenían muy buenas razones para decir «yo con este no porque tengo otra cosa más importante». Y todos tenemos cosas más importantes que hacer, siempre, y buenas razones. Pero Jesús, que es el primer buen samaritano, lo que hace es mirar y dejar las otras razones y decirnos que esta es la primera importante para la Iglesia. No lo olvidemos.

Hubo un hombre que se pone en salida, que va de Jerusalén a Jericó, un hombre que sale y que es capaz de mirar a quien está tirado al borde del camino. A continuación este hombre, cuando encuentra a esa persona que está tirada, como hace la Iglesia y como habéis hecho vosotros en cualquier momento, lo que hace es que se desmonta de la cabalgadura. En castellano entendemos muy bien lo que significa bajarse del burro, ¿verdad? Sí, porque es más fácil vivir la cabalgadura como idea, con mi razón y ese «ay pobrecito, algo habrá hecho para estar al borde del camino». Sin embargo Jesús, quien nos invita a que la Iglesia así sea, se baja del burro porque se pone en el lugar del otro. Le da igual por qué está ahí; lo importante es que tiene que salvarlo. Jesús, y la Iglesia, a aquel que está al borde del camino lo pone en su cabalgadura y lo lleva a una posada; allí lo cuida y hace que otros lo cuiden. No lo hace él todo, hace que otros lo cuiden.

¡Qué preciosa misión para el hoy de una parroquia! ¡Qué preciosa misión para el hoy de nuestra Iglesia! Celebrar la Eucaristía mirándola de forma samaritana. Celebrar la Eucaristía no solo es venir el domingo a Misa; es hacer que la semana sea eucarística. Es salir por esa puerta y mirar con los ojos del buen samaritano. Es traer hoy aquí a todos nuestros vecinos y vecinas, a nuestros familiares, a los que conocemos y los que no, que están esperando de nosotros y esperan de la vida de la Iglesia.

Por eso celebrar un centenario es mirar al futuro y mirar donde estamos hoy, ¡qué maravilla! Pero dentro de 100 años seguro que estaréis aquí, dentro de 100 años seguro que se celebrará una Eucaristía aquí. Gracias a vosotros, gracias por lo que habéis sembrado, gracias a que miramos el futuro con esperanza; porque malo sería que los que creemos en la vida eterna digamos «después de mí se cierra».  Eso no es verdad; la Iglesia siempre mira por la esperanza, y miramos con esperanza porque esto es de Dios, no lo olvidéis. Esto es de Dios y Dios cuenta con vosotros; cuenta con vuestras familias, cuenta con vuestro esfuerzo cuando vivimos el invierno, cuenta con nuestro esfuerzo cuando vivimos el verano, cuenta con vuestro esfuerzo cuando los domingos tenemos otra cosa que hacer y decimos «bueno, me voy a Misa para que no estén solos». Dios cuenta con vuestro esfuerzo para seguir mirando con esperanza y seguir haciendo que la Iglesia esté aquí, eucarística y samaritana. Que la Iglesia siga estando aquí con las fuerzas de cada uno de nosotros; sabiendo, como aquel buen samaritano supo, que no ayudaría a todo el mundo, pero ayudó a aquella persona. 

Queridos amigos, la Iglesia está aquí. La Iglesia que es historia aquí por lo menos desde hace 100 años. La Iglesia está aquí porque estáis cada uno de vosotros, que Dios ha llamado a estar aquí y os ha vinculado, bien de una forma, bien de otra; bien en un tiempo de verano, bien en un tiempo de invierno, bien durante todo el año, os ha vinculado también en esta comunidad. Y Dios os ha llamado y vosotros habéis respondido, como han respondido todos. Y por vuestra respuesta miramos al futuro.El futuro que es la vida eterna que tenemos a través del amor. El futuro que es que la Iglesia siga aquí a través de vuestra oración y vuestro esfuerzo. Y el futuro que es que esta parroquia, que este templo, pueda ser una casa abierta, un hogar donde cualquiera que esté al borde del camino, que necesite el sentido de la vida, que necesite amistad, que necesite la presencia de Dios pueda recibirlos a través de vuestra reunión, de vuestro encuentro y vuestra celebración.