Dos ejemplos de que la santidad no es una quimera inalcanzable

Dos ejemplos de que la santidad no es una quimera inalcanzable

Dos chavales «normales» forman parte del elenco de los santos, aquellos referentes que los jóvenes necesitan hoy más que nunca

Alfa y Omega

No pocos mensajes en redes sociales de gente lega en la materia se preguntaban, tras leer la biografía de Carlo Acutis, por qué un chaval «así de normal» era canonizado el pasado domingo en la plaza de San Pedro junto a otro joven, Pier Giorgio Frassati. Aparentemente sus vidas no fueron «extraordinarias»: no fueron asesinados en circunstancias extremas por defender su fe o fundaron grandes congregaciones que durante siglos han servido a la evangelización. No. Fueron dos chavales, que murieron jóvenes e hicieron de su corta vida una sencilla alabanza al Señor. Fueron extraordinarios en lo ordinario. Uno, desde su participación en la Acción Católica y entrando en las casas de los pobres con la sociedad de San Vicente de Paúl; de hecho, probablemente enfermó en una de estas visitas. Otro, nacido en 1991, y que, como aficionado a la informática, organizó todo una compilación de material audiovisual sobre los milagros eucarísticos y murió de cáncer con 15 años. 

Como explica nuestra colaboradora Eva Fernández en estas páginas, presente en el momento tan especial de la canonización de ambos, «tanto Frassati como Acutis nos han demostrado que la santidad no es una quimera inalcanzable y que, si se deja actuar a Dios en la vida, también se puede recorrer el camino en vaqueros, deportivas y hasta en pantuflas y bata. Eso sí, con radicalidad y sin medias tintas». 

Esta es la santidad de la puerta de al lado de la que tanto nos habló Francisco y que no se queda en meras palabras. Desde el domingo, dos chavales, uno de ellos en vaqueros, forman parte del elenco de los santos, aquellos referentes que necesitamos hoy más que nunca en un contexto en el que los jóvenes, perdidos, aumentan las estadísticas de suicidios, autolesiones y depresión. La Iglesia, para la que sus hijos queridos nunca son cifras, propone las vidas de estos dos chicos, aparentemente sencillas, pero con las que cogieron una autopista hasta el cielo.