El arte de Paolo Veronese «no es pintura, es magia que hechiza a quien la ve» - Alfa y Omega

El arte de Paolo Veronese «no es pintura, es magia que hechiza a quien la ve»

El Prado acoge el primer gran monográfico sobre el pintor renacentista, quien creó un universo propio que trasladó con sofisticados recursos a cuadros que siguen fascinando hoy en día

Juan Carlos Mateos González
Los peregrinos de Emaús. Paolo Veronese. Museo del Louvre, París (Francia). Foto: Museo del Prado

El Museo Nacional del Prado presenta hasta el 21 de septiembre la primera gran exposición monográfica dedicada a Paolo Veronese (1528-1588) y la última de un gran programa expositivo de varias décadas: Bassano (2001), Tiziano (2003), Tintoretto (2007) y Lorenzo Lotto (2018). El hilo conductor es una presentación de la pintura del Renacimiento veneciano.

Paolo Veronese llevó a cabo su producción pictórica en un momento crítico para Venecia, cuando afloraban las tensiones religiosas y aparecían los primeros síntomas de una decadencia económica y política que sus pinceles se encargaron de camuflar, contribuyendo a plasmar el mito de Venecia que ha llegado hasta hoy. Su gran calidad técnica le permitió crear un universo propio y trasladarlo con sofisticados recursos a cuadros que siguen fascinando. Como señaló Boschini, la de Veronese «no es pintura, es magia que hechiza a quien la ve».

La exposición incluye seis secciones. La primera, «De Verona a Venecia», atiende a la formación en su ciudad natal. La segunda, «Maestoso teatro», aborda su modo de entender el espacio y narrar historias. La tercera, «Proceso creativo», el modo cómo dirigió su taller. La cuarta, «Alegoría y mitología», su genialidad en las alegorías y fábulas mitológicas. La quinta, «El último Veronese», recoge su década final, cuando se aprecia un cambio notable: composiciones más sombrías, donde la luz tiene un sentido más simbólico y el paisaje cobra nuevo protagonismo. La sexta y última es «“Haeredes Pauli” y los admiradores de Veronese». 

El de Verona sitúa a sus personajes ante un telón arquitectónico, adoptando un punto de vista bajo, que reduce el espacio y aproxima la escena al espectador. El contraste entre arquitectura y personajes se acentúa a través del color. 

La primera pintura bíblica

Los peregrinos de Emaús es una adaptación del relato evangélico, que Veronese  interpreta como una reunión familiar veneciana del siglo XVI. En el extremo izquierdo de la pintura hay una representación lejana del viaje a Emaús, incluyendo un septizodium, una monumental fachada de un edificio romano. Alrededor de la mesa donde se sientan los tres protagonistas se encuentran más de una docena de miembros de una familia aristocrática y sus sirvientes. En el suelo, tres niños se arrodillan, acariciando a algunos perros, mientras que otros están de pie. Una madre sostiene a un bebé; su esposo está de pie, detrás, y otros dos caballeros, quizá sus hermanos, están en el grupo. Si no fuera por los tres protagonistas bíblicos y el sirviente que los atiende, la atmósfera parece más secular que religiosa.

La arquitectura, con cuatro grandes columnas clásicas, presenta un marco de puerta con un gran frontón detrás de Cristo, lo que hace pensar que la pintura probablemente fue encargada para un portego, un salón que conecta distintas habitaciones del primer piso y las escaleras, que suben desde la fachada. Es la primera de sus pinturas bíblicas

El cambio con Trento

La Magdalena penitente refleja las transformaciones acaecidas en la pintura religiosa veneciana hacia 1580. Por un lado, los nuevos acentos marcados por el Concilio de Trento (1545-1563): la Eucaristía, la penitencia o el martirio de los santos; y por otro, el celo con que la Inquisición pasó a velar por el decoro en el tratamiento de temas sacros. Veronese optó por abandonar la teatralidad de las primeras composiciones y pasó a buscar una espiritualidad más íntima y sosegada. Simplificó la composición, oscureció la paleta y adoptó un estilo más abocetado. Este cambio tiene como resultado obras de gran emotividad, sin detalles que distraigan la atención del creyente. 

Todo ello aparece aquí. Un crucifijo, una calavera, un libro y unas ramas son cuanto necesita para ambientar la escena. Y, aunque la paleta es todavía rica, la tela trasmite una gran tranquilidad gracias a la luz celestial que ilumina el sereno rostro de la santa, representada en el momento de la revelación. La emoción de ese instante se refleja en los labios y la mirada dirigida a lo alto. María Magdalena acepta con sincera humildad la voluntad divina posando la mano derecha abierta sobre el pecho. Gran importancia cobran las lágrimas que surcan las mejillas de la mujer, que son de arrepentimiento y devoción. Las lágrimas lavan los pecados y constituyen la manifestación exterior de la contritio, condición necesaria para la confesio, que conduce a la satisfactio: las tres etapas del sacramento de la Penitencia, uno de los acentos principales señalados en Trento.