Hay series que uno empieza a ver sin saber muy bien qué espera. El consultor, en Prime Video, pertenece a esa categoría. La premisa parece sencilla: tras la muerte repentina del fundador de una empresa de videojuegos, aparece un consultor para enderezar el rumbo. Lo que podría sonar a enredo de oficina acaba convertido en un relato inquietante. Y ahí reside su fuerza. Christoph Waltz encarna a Regus Patoff, un jefe que no se parece a ninguno que hayamos conocido. Su sonrisa nunca tranquiliza; sus órdenes son absurdas y crueles, pero todos terminan obedeciéndole. Su mera presencia transforma la oficina en un campo de pruebas moral. La luz fría, el cristal perfecto y la rutina diaria se convierten en escenario de preguntas que nos interpelan: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar por conservar un empleo?; ¿qué parte de nuestra conciencia sacrificaríamos por miedo a perder lo que tenemos?
La serie juega con el suspense psicológico y la sátira laboral, pero siempre deja un poso de incomodidad. Patoff no es solo un superior despótico: es una metáfora del mal, disfrazado de eficiencia y de poder. Como tantas tentaciones, se presenta con la apariencia de lo útil, de lo necesario, hasta que nos damos cuenta de que nos ha vaciado por dentro. Quizá lo más perturbador no sea lo que muestra, sino lo que insinúa: que el éxito, la productividad y la obediencia ciega pueden convertirse en ídolos a los que sacrificamos nuestra dignidad. Y que, si no se pone a Dios en el centro, siempre reclamará otro ese lugar.
Porque al final El consultor nos recuerda algo profundamente humano: la libertad nunca se negocia a cambio de un sueldo o un ascenso. La libertad verdadera no es la de hacer lo que uno quiera, sino la de elegir el bien, incluso cuando cuesta. Y ese recordatorio convierte esta serie en un espejo incómodo, pero necesario