4 de agosto: san Juan María Vianney, el cura que confesaba 18 horas seguidas - Alfa y Omega

4 de agosto: san Juan María Vianney, el cura que confesaba 18 horas seguidas

El patrón de los párrocos pasó la mayor parte de su ministerio perdonando los pecados y compartiendo las penitencias de los fieles, «que suplo yo en su lugar»

Cristina Sánchez Aguilar
San Juan María Vianney

Llegó a confesar entre 16 y 18 horas seguidas durante más de una década. «Me impresiona profundamente su heroico servicio de confesionario», dijo de él san Juan Pablo II. Juan María Vianney, nacido cerca de Lyon, en Francia, en 1786 y más conocido como el Cura de Ars, fue el tercero de seis hermanos de una familia campesina que orientó a sus vástagos a trabajar en el campo. De hecho, a los 17 años Juan todavía era analfabeto, pero gracias al fuerte sentido religioso de su madre, aprendió de memoria infinidad de oraciones. 

Eran tiempos revolucionarios en el país; de hecho, el niño recibió la Primera Comunión en un granero, durante una Misa clandestina. Y del mismo modo fue su primera confesión. A los 17 años sintió la llamada al sacerdocio: «Si fuera sacerdote, querría ganar muchas almas», dijo. Pero el camino era tortuoso, dada su escasísima formación intelectual y cultural. Además, fue llamado a filas en 1809 para ser enviado con el Ejército napoleónico, que invadía entonces España. Pero por una cuestión de salud se retrasó en el enrolamiento y, de esa forma y sin buscarlo, se convirtió en desertor. Tras varias vicisitudes y una amnistía general pudo regresar, esta vez a casa del párroco Balley. Gracias a su ayuda —se convirtió en su protector y valedor—, fue ordenado presbítero en 1815, con 29 años. De hecho, el padre Balley fue el primero en confesarse con san Juan María Vianney. Años más tarde, este sacerdote murió en brazos del santo, quien sufrió como si hubiera perdido a su propio padre.

Tres años más tarde fue enviado a Ars, un pequeño pueblo del sudeste de Francia, habitado entonces por unas 230 personas. Algunos años después fundó allí un orfanato para niños desamparados. Se llamaba La Providencia y fue un modelo para instituciones similares puestas en marcha después en todo el país. El cura se afanó en enseñar a los pequeños el catecismo y sus sermones llegaron a ser tan populares que, cada día, decenas de personas de fuera del centro acudían también a escucharlos. La Providencia tuvo que ser cedida un tiempo después, porque Vianney tuvo que enfrentarse a la oposición de muchos. De hecho, ​el apostolado de Vianney en Ars le ocasionó no pocos sufrimientos. Soportó calumnias de fieles​ y difamaciones de sacerdotes de las poblaciones cercanas. Pero él se centró en su misión, que comenzaba a despuntar en un lugar muy concreto: el confesionario. Logró alcanzar tanta fama su presencia constante que, cada día, una multitud de penitentes de todas partes de Francia llegaba a Ars, localidad que fue rebautizada como «el gran hospital de las almas». Vianney no solo perdonaba los pecados: hacía largas vigilias y ayunos para ayudar a la expiación. «Te diré cuál es mi receta», explicó a un fiel: «Doy a quienes se confiesan solo una pequeña penitencia y el resto de la penitencia la suplo yo en su lugar». Aun así, su entrega pasó por momentos oscuros. Se sentía incapaz para el servicio. En una ocasión, llegó a rogar a su obispo que lo dejase renunciar y hasta en tres ocasiones se marchó del pueblo, aunque siempre regresaba.

Conocido especialmente por su faceta de confesor, cuenta el rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Nicolás Álvarez de las Asturias, que la dedicación del Cura de Ars a la predicación durante su ministerio «fue tan heroica como su atención al confesionario, si se tiene en cuenta lo que le costaba inicialmente la preparación de sus sermones y catequesis». La razón, la explicaba el propio santo con sencillez: «El medio más seguro de encender este fuego (el amor de Nuestro Señor) en el corazón de los fieles, es el de explicarles el Evangelio».

Murió el 4 de agosto de 1859, a la edad de 73 años. Sus restos descansan en Ars, en el santuario a él dedicado, que acoge una media de 450.000 peregrinos cada año. Beatificado en 1905 por Pío X, Juan María Vianney fue canonizado en 1925 por Pío XI, quien en 1929 lo proclamó patrón de todos los párrocos del mundo. En 1959, en el centenario de su muerte, san Juan XXIII le dedicó la encíclica Sacerdotii nostri primordia, proponiéndolo como modelo para los sacerdotes, mientras que, en 2009, con motivo del 150 aniversario de su muerte, Benedicto XVI convocó un Año Sacerdotal en la Iglesia universal. Su modo de entender el ministerio pastoral queda claro con un consejo que le dio a otro sacerdote que se quejaba del poco fruto de sus actividades: «Habéis rezado, habéis gemido, habéis llorado, pero ¿habéis ayunado?, ¿habéis velado?, ¿habéis dormido sobre duro, os habéis mortificado? Mientras no hayáis hecho esto, no creáis haberlo hecho todo».

«Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor», dejó como legado. La vida de san Juan María Vianney está resumida en este pensamiento.