El Pontífice propone el 22 de agosto como día de ayuno y oración para invocar la paz
Además, en la catequesis ha reflexionado sobre el perdón: «No es olvido, no es debilidad. Es la capacidad de dejar libre al otro, amándolo hasta el final»
El Papa León XIV ha pedido una vez más con insistencia oraciones por la paz a los fieles reunidos este miércoles, 20 de agosto, en el Aula Pablo VI para la audiencia general, y ha invitado a invocar la intercesión de la Virgen María. Para ello, ha pedido a todos los creyentes que hagan el próximo viernes, 22 de agosto, «ayuno y oración, implorando al Señor que nos conceda la paz y la justicia, y que enjugue las lágrimas de quienes sufren a causa de los conflictos armados en curso».
Anteriormente, durante la catequesis, el Pontífice ha recalcado que «amar hasta el final es la clave para comprender el corazón de Cristo. Un amor que no se detiene ante el rechazo, la decepción, ni siquiera la ingratitud». Este amor, que genera el perdón, Jesús lo muestra durante la Última Cena, cuando da de comer a Judas que está a punto de traicionarlo. «No es solo un gesto de compartir, es mucho más: es el último intento del amor por no rendirse». En ese gesto, el Señor comprendió que «la libertad del otro, incluso cuando se extravía en el mal, todavía puede alcanzarse con la luz de un gesto manso. Porque sabe que el verdadero perdón no espera el arrepentimiento, sino que se ofrece primero, como un don gratuito, incluso antes de ser acogido». Es aquí «donde el perdón se revela en toda su potencia y manifiesta el rostro concreto de la esperanza. No es olvido, no es debilidad. Es la capacidad de dejar libre al otro, amándolo hasta el final».
Siempre hay una manera de seguir amando
Hoy en día, ha analizado el Papa, «cuántas relaciones se rompen, cuántas historias se complican, cuántas palabras no dichas quedan en el aire», pero «el Evangelio nos muestra que siempre hay una manera de seguir amando, incluso cuando todo parece irremediablemente comprometido»; perdonar «no significa que no haya pasado nada, sino hacer todo lo posible para que no sea el rencor el que decida el futuro». Nosotros «también vivimos noches dolorosas y agotadoras. Noches del alma, noches de decepción, noches en las que alguien nos ha herido o traicionado. En esos momentos, la tentación es cerrarnos, protegernos, devolver el golpe. Pero el Señor nos muestra la esperanza de que siempre hay otro camino. Nos enseña que se puede ofrecer un bocado incluso a quien nos da la espalda. Que se puede responder con el silencio de la confianza. Y que se puede seguir adelante con dignidad, sin renunciar al amor».
Como nos enseña Jesús, «amar significa dejar al otro libre —incluso para traicionar— sin dejar nunca de creer que incluso esa libertad, herida y perdida, puede ser arrancada del engaño de las tinieblas y devuelta a la luz del bien». Aunque el otro no acoja el perdón, «aunque parezca vano, libera a quien lo ofrece: disuelve el resentimiento, devuelve la paz, nos devuelve a nosotros mismos».
Jesús, ha concluido el Papa, «con el sencillo gesto de ofrecer el pan, muestra que toda traición puede convertirse en una oportunidad de salvación, si se elige como espacio para un amor más grande. Él no cede ante el mal, sino que lo vence con el bien, impidiendo que apague lo que hay de más verdadero en nosotros: la capacidad de amar».