Esta iglesia se planeó para no «quedarse pequeña»
Santa María de la Asunción, en el pueblo riojano de Navarrete, sustituyó a un templo románico del siglo XII que sigue en pie. San Ignacio de Loyola prestó servicio militar aquí y costeó parte de la segunda policromía de la Virgen del Rosario, ante quien pudo hacer su voto de castidad
«Esta es una iglesia tremenda, tiene unos 1.600 metros cuadrados y, si en Navarrete hay 3.000 habitantes, aquí cabe el pueblo entero», cuenta a Alfa y Omega David Castroviejo. Es delegado de Patrimonio de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño y, según nos explica, cuando se construyó la iglesia de Santa María de la Asunción se intentó que «nunca se quedara pequeña», pues sustituyó a un reducido oratorio románico levantado en el siglo XII en la parte alta del asentamiento. Por tanto, el templo que nos ocupa no se erigió sobre los cimientos del anterior —como es costumbre en España— sino que se hizo de nueva planta, de cruz latina y con tres naves.
Así, la nueva iglesia pasó a estar en el centro del pueblo, en una zona con menos pendiente y más accesible. Pero sus ambiciosas dimensiones provocaron que se tardara casi un siglo —de 1553 a 1645— en terminarla. «Durante el invierno, las obras de cantería siempre se paraban porque se trabajaba a la intemperie», apunta Castroviejo. Aunque, a su juicio, el factor determinante «fue la falta de dinero». Con todo, los trabajos convocaron a los artistas más importantes del momento, como Juan de Vallejo, autor del cimborrio de la catedral de Burgos, o Pedro de Aguilera, quien también jugó un papel clave en la construcción del monasterio madrileño de San Lorenzo de El Escorial.
Pero la joya de Santa María de la Asunción está en su interior: un retablo de 25 metros de altura obra del arquitecto cántabro Fernando de la Peña «dedicado a la vida de la Virgen y de Cristo». Fue encargado por Manuel José de Bernabeitia, un marino y vecino del pueblo que casi naufragó durante una expedición a México y que, en el golfo de las Yeguas —que recorrían las naves entre las islas Canarias y Cádiz—, tras dos semanas de tormentas, «se encomendó a la Virgen del Rosario y las aguas milagrosamente se calmaron». Así, en el camarín central del retablo que encargó este militar descansa la imagen a la que se confió, que «es la patrona del pueblo y procede de una talla muy antigua de mitad del siglo XV procedente de la anterior iglesia».
San Ignacio pasó por aquí
Esta Virgen del Rosario es, de hecho, una pieza a la que le tenía mucha devoción san Ignacio de Loyola, quien entre 1517 y 1521 estuvo destinado en Navarrete como militar al servicio del duque de Nájera —primo de Fernando el Católico— cuando el único templo que existía en el pueblo era el románico, pues no se iniciaron las obras de la nueva iglesia hasta tres años antes de que el santo falleciera.
Como acostumbraba a hacer oración frente a esta imagen durante sus guardias en Navarrete, existe debate académico sobre si fue ante esta talla donde tiempo después tomó su voto de castidad o si lo hizo en una capilla en Montmartre, en París. Lo que sí está demostrado es que acabó costeando gran parte de la segunda policromía que vemos hoy día y que cubre otra menos colorida.
Todo sucedió después de que fuera herido en Pamplona en 1522 y se retirara a Loyola a recuperarse. Según apunta Castroviejo, tras esa convalecencia buceando en las biografías de los santos, «pasó por Navarrete porque el duque de Nájera le debía un dinero por unos trabajos». Aquel estipendio lo dedicó a «decorar la imagen de la Virgen» y, según los escritos del santo, «a unas familias pobres a las que me sentía necesitado de dárselo».
Pero este pueblo guarda otra conexión más con el fundador de la Compañía de Jesús, pues fue el último punto hasta el que le acompañó su mayordomo antes de que dividieran sus caminos y el militar tullido iniciara otra peregrinación —hoy conocida como el Camino Ignaciano— hasta Manresa. De hecho, Castroviejo nos regala otro episodio documentado por el propio san Ignacio en el que, tras dejar a sus espaldas el pueblo de Navarrete, «se encontró con un musulmán que hablaba muy mal de la virginidad de María». Él, escuchando sus blasfemias, se debatía sobre si atacarlo o no y se dijo a sí mismo: «Si mi burro sigue detrás de este musulmán, lo mato, y, si se cambia de camino, lo dejo». Por suerte para todos —y para honra del espíritu reflexivo de san Ignacio— «el burro eligió otro camino y el musulmán se salvó».
Es una de las muchas historias que pueden conocer los miles de peregrinos que todos los años pasan por esta iglesia a los pies del Camino de Santiago y que precisamente el pasado 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, participaron en una celebración muy especial en la que se balancea «un incensario muy grande al estilo del Botafumeiro». Si alguien quería verlo y se lo perdió, que no se apure, pues es costumbre en Navarrete y el año que viene se repetirá.