Gallagher: «No es la religión sino su distorsión lo que conduce a la violencia»
Según el equivalente al ministro de Exteriores vaticano, la fe «no apela a la coacción sino a la conciencia, no a la venganza sino al perdón»
En opinión del secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, el arzobispo Paul Richard Gallagher, «nuestro mundo se encuentra en una encrucijada». Son las palabras con las que arrancó su intervención en el Foro Globsec 2025 que concluyó el pasado sábado en Praga. Una cumbre en la que sentenció que «la guerra en Ucrania ha quebrantado la ilusión de que la paz en Europa es permanente». Y en la que advirtió de que «Tierra Santa sangra» porque «demasiados lugares siguen atrapados en ciclos de violencia y desesperación».
Ante líderes internacionales, Gallagher defendió la semana pasada que la diplomacia no basta y que «la paz requiere algo más que gobernanza, requiere visión moral y la transformación de los corazones». A su juicio, «es aquí donde debe intervenir la religión, no como competidora de la diplomacia, la política o las estructuras de la sociedad, sino como su alma».
El arzobispo británico citó las primerísimas palabras de León XIV nada más ser elegido Pontífice llamando a una «paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante». Explicó que ese saludo «sencillo pero profundo» ilustra la meta a la que aspira la Santa Sede, esto es, «una paz no forjada con las armas ni asegurada con amenazas o medidas disuasorias sino nacida del amor, sostenida por la justicia y enraizada en la dignidad de todo ser humano». En definitiva, «una paz verdaderamente católica» que, de acuerdo con el vocablo griego katholikós, «significa universal».
Durante su intervención en Praga, Gallagher matizó que «no es la religión en sí misma, sino su distorsión, lo que conduce a la violencia». Y explico que la religión, tal y como su propia etimología indica, «liga al hombre con Dios y a las personas entre sí». Por tanto, «no apela a la coacción sino a la conciencia, no a la venganza sino al perdón».
El equivalente al ministro de Exteriores del Vaticano concluyó su intervención alegando que la verdadera paz «debe estar al servicio de todos, no solo de los fuertes, sino especialmente de los pobres, los desplazados y los olvidados».