Guadalupe. La Morena del Tepeyac en el Prado - Alfa y Omega

Guadalupe. La Morena del Tepeyac en el Prado

La exposición Tan lejos, tan cerca evidencia cómo la Guadalupana se ha enarbolado como paradigma de la piedad popular mexicana. Nuestros hermanos la compartieron a través de sorprendentes copias que llegaron a España

Javier García-Luengo Manchado
Vista de una de las salas de la exposición
Vista de una de las salas de la exposición. Foto: Museo Nacional del Prado.

«No se entristezca tu corazón. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?». Este consuelo, esta célebre pregunta con la que la Virgen de Guadalupe de México inquirió a Juan Diego poco antes de eternizarse en la tilma que el «más pequeño de sus hijos» llevaba sobre sus hombros, no haría sino fraguar la certera fe, esa acendrada devoción que el pueblo mexicano le viene profesando desde tan magno encuentro, acaecido en diciembre de 1531.

La exposición Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España, de la que podemos disfrutar en el Museo del Prado hasta el próximo mes de septiembre, viene a evidenciar cómo desde aquel hecho relatado, la Virgen de Guadalupe se ha enarbolado cual símbolo y paradigma de la piedad popular mexicana, faro que ilumina a las Américas y que la generosidad de nuestros hermanos y hermanas del otro lado del Atlántico nos han compartido a través del común y elocuente amor mariano. Así se constata a través de las sorprendentes copias pictóricas del original guadalupano que, desde 1654, arribaron a nuestro país. Estas imágenes, muchas de ellas aquí reunidas, fueron además realizadas por los más grandes artífices de los siglos XVII y XVIII del entonces virreinato de la Nueva España: Miguel Cabrera, Rodríguez Juárez, Juan Correa o José de Ibarra.

Ahora bien, la actual muestra, comisariada por Jaimie Cuadriello y Paula Muets, no se limita a una sucesión de copias de la tilma original. Nos presenta asimismo otros semejantes acheropoietos (imágenes no creadas por mano humana), como la Santa Faz o la estampa de santo Domingo en Soriano (Italia). Junto a ello, podemos contemplar otras iconografías guadalupanas que gozaron de especial fama. Véase la que se acuñó a partir de la proclamación de la Morena del Tepeyac como patrona de Ciudad de México en 1737, posteriormente también nombrada la del virreinato en 1746. Se generarían pues una serie de imágenes donde el arrebato de la gloria barroca se sumaba a un éxtasis mariológico que amparaba un sentir popular cada vez más arraigado.

Entre todo este repertorio no podían faltar, antes al contrario, aquellas escenas donde se plasmaban las diferentes apariciones de la Virgen a Juan Diego. Destaca, entre todas ellas, la última: ese apasionante y misterioso momento cuando la Virgen de Guadalupe quedó ya para siempre impresa en aquella sencilla tela ante la mirada atónita fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México.

Desde entonces, ella nos sigue diciendo: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?» Y, como Juan Diego, nosotros anhelamos construirle un santuario no ya en la montaña del Tepeyac, sino en los cerros de la discordia, en los riscos de las guerras, para de la mano de la Guadalupana poder contemplar los valles de la hermandad entre los pueblos, esa hermandad que une a México y España.

Arte a bordo del galeón de Manila
'Virgen de Guadalupe'. Taller hispanofilipino. Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto: Museo Nacional del Prado.

La devoción a la Virgen de Guadalupe no solo se extendió de Nueva España a España. También alcanzó la ruta transpacífica, como se evidencia en la sexta sección de la muestra, «La estela asiática. El galeón de Manila». Alude a los barcos que una o dos veces al año viajaban entre Filipinas y el actual México. A bordo de ellos llegó a las islas asiáticas el acontecimiento guadalupano. Y, de vuelta, viajaron obras de arte que lo encarnaban. El Prado exhibe tres: dos esculturas de marfil de factura asiática, una más contenida —en la imagen— y otra de volumen más acentuado procedente de Sevilla. Y una imagen nacarada al estilo japonés.