Inflación, patrimonio e inversión con sentido ético
Invertir en energías renovables o tecnologías accesibles puede resguardar el patrimonio y ponerlo al servicio del desarrollo
En la gestión de un patrimonio financiero, uno de los riesgos más insidiosos y persistentes a los que se enfrentan los inversores es la inflación. Esta erosiona el poder adquisitivo de los activos y puede afectar directamente la capacidad de una persona o institución para cumplir sus fines económicos y sociales a largo plazo.
Hemos disfrutado durante más de una década de una ausencia total de inflación e incluso, en periodos determinados, ha existido miedo por parte del banco central a sufrir una deflación de la que se quería huir a toda costa. Era un riesgo que prácticamente todo participante de los mercados financieros había olvidado. Hasta que, después de la pandemia, se dieron una serie de circunstancias que, aparte de un periodo extraordinario y corto de inflación galopante, está presente en todas las principales economías.
Este fenómeno, al ser una subida sostenida en el tiempo del nivel de precios en una economía, no deja de ser un impuesto silencioso al que se le hace demasiado poco caso y que, a largo plazo, merma de forma considerable el patrimonio.
Es un fenómeno monetario con gran complejidad como variable macroeconómica y su persistencia afecta especialmente a los más vulnerables. En este sentido, tiene una dimensión ética. La economía debe estar al servicio del ser humano y no al revés. La erosión del valor del dinero puede convertirse en una forma sutil de injusticia cuando los instrumentos financieros no están diseñados para proteger adecuadamente a todos, especialmente a los más conservadores. Hay que pensar que, por el simple paso del tiempo, una inflación del 2 % eliminaría la mitad del poder adquisitivo en unos 35 años.
Inversión real o nominal
En términos financieros, se distingue entre inversiones reales e inversiones nominales. Las inversiones nominales, como los bonos tradicionales o depósitos a plazo fijo, están denominadas en una unidad monetaria que no se ajusta automáticamente a la inflación. Esto significa que, aunque el capital pueda parecer seguro en cifras, su valor real puede disminuir con el tiempo.
Por el contrario, las inversiones reales son aquellas que mantienen o incrementan su valor ajustado por inflación. Estas incluyen activos como acciones de empresas productivas, bienes raíces, materias primas o bonos indexados a la inflación. Estos instrumentos, aunque pueden implicar mayor volatilidad, ofrecen una mejor protección patrimonial a largo plazo.
De este modo, en renta variable se puede invertir en compañías que crean valor y cuyos beneficios reflejan una protección contra la inflación. En el mundo inmobiliario, por regla general, las rentas se suelen actualizar conforme a la inflación pasada. Y los bonos indexados a la inflación actualizan el nominal cada año de acuerdo con la inflación del país que los emite.
Desde una perspectiva ética, es importante recordar que la protección frente a la inflación no debe ser una búsqueda de ganancia por sí misma, sino un medio para garantizar el uso justo y eficaz del patrimonio. Invertir no es solo una actividad técnica, es una forma de corresponsabilidad con el bien común.
Aplicado a la protección frente a la inflación, este enfoque nos anima a buscar instrumentos financieros que sean sostenibles, inclusivos y éticamente responsables sin sacrificar la eficacia económica. Por ejemplo, invertir en empresas que desarrollan energías renovables, infraestructura social o tecnologías accesibles puede representar una inversión real que no solo resguarde el patrimonio, sino que lo ponga al servicio del desarrollo humano integral.
Como conclusión, podríamos decir que, frente a la inflación, proteger el patrimonio no es solo una acción financiera, sino también un acto de responsabilidad moral.