Había algo de los medios de comunicación que preocupaba profundamente a Francisco: la coprofilia. Es decir, la atracción que los medios sienten hacia las heces, la basura, la mierda. Así lo dejaba caer siempre que podía, y así lo presenció en su despacho esta secretaria de UCIPE que intenta encontrar palabras desde el Periodismo que expliquen tantas cosas desde hace ahora una semana. Para ser exactos, los cuatro pecados del Periodismo que Francisco enumeró en su despacho esa mañana de junio, son de los que ha sido víctima la información en esta semana de su muerte: «la desinformación, la calumnia, la difamación y la coprofilia».
Los medios se han lanzado a la cultura de la especulación con Francisco todavía de cuerpo presente. A los periodistas que miramos siempre con atención la información en torno al Vaticano, se nos ha preguntado con insistencia por el pasado de Francisco, pero por quién será el nuevo Papa, las fuerzas ocultas del Cónclave, las luchas de poder, el oscurantismo que se respira en la Capilla Sixtina y todo lo imaginable propio de la ficción cinematográfica o las ventas interesadas de libros conspiranoicos. También ha interesado la etiqueta de los royals en el funeral, los zapatos, las corbatas, las joyas, las mantillas, la ausencia de unos y de otros… Y yo me pregunto: ¿por qué nos cuesta tanto mirar hacia la luz y escuchar la verdad? Es que existe.
El cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, el cardenal de Barcelona, Juan José Omella, y seguramente que muchos otros en sus diferentes medios de sus países, en sus diferentes lenguas, estarán diciendo lo mismo. Que no es para nada momento de pesos y presiones maléficas, sino momento de conocerse mejor para votar con una Iglesia a la altura del legado de Francisco. Las reuniones del Colegio Cardenalicio previas al Cónclave son el lugar para poner en marcha la cultura del encuentro que tanto defendió. Lo hizo cientos de veces, como cuando con 82 años se tiró al suelo para besar los pies de los mandatarios de Sudán para conseguir la paz, y que ha propiciado en San Pedro una vez fallecido la foto que podría ser la portada del Times si se consiguen los frutos que todos queremos entrever entre Rusia y Ucrania con los Estados Unidos de por medio. Pero seguimos dándole vueltas a los papables cuando, a mí, lo que me tiene sin aliento desde el pasado lunes de Pascua, son esos ojos grises que ya no nos interpelarán más.
En nueve días, el verdadero pueblo de Dios, la Iglesia en camino, del dolor consolado por la Pascua de resurrección hemos pasado a la incertidumbre. Todo ello porque algunos medios, la mayoría, en la lucha por acaparar la atención, en la pelea del clicbait oportunista que da oyentes, espectadores y usuarios, pone de relieve lo que menos importa. Siempre defenderé que la mejor arma contra la desinformación en estos momentos donde las redes sociales lo inundan todo, es estar mejor informado que nunca. Hacerlo de manera puntual nos ofrece un atracón de incoherencias que ni con la verdad del Evangelio se puede apuntalar. De ahí la importancia como católicos, de estar siempre informados para defender la fe sin levantar la voz cuando todos nos miran buscando respuestas.
La verdad debe ser comunicada con inteligencia y enmarcada en la caridad como nos dice el Catecismo. Una verdad constructiva que nos haga plantearnos en términos socráticos ¿es verdad?, ¿es bueno?, ¿es útil? En la preciosa homilía que ha pronunciado el cardenal decano, Monseñor Giovanni Battista Re, se han recordado los gestos de Francisco y sus obras, humanas e intelectuales desde el corazón de Pedro como guía espiritual. En 2013, en Evagelii gaudium, Francisco advertía cómo el filtro mediático simplifica y distorsiona la imagen de la Iglesia, pues solo muestra los vetos y pecados, las prohibiciones. La labor en estos días para todos los periodistas católicos ha sido demostrar la cara que no todos ven con amor, respeto, sin juzgar a nadie y sonriendo a pesar del chaparrón. Porque la verdad del Evangelio, ese que ha reposado de manera sencilla sobre el más sencillo ataúd papal de los últimos tiempos, es la que debe guiar nuestro camino.
El papa argentino utilizaba, como Re ha recordado, “un vocabulario característico”, lleno de un lenguaje de metáforas, con el objetivo de ofrecer respuestas de luz y fe para animar a los cristianos. Pero, a la vez, con el mérito de dirigirse a los alejados; muchos de ellos han vuelto su mirada a la Iglesia con este pontificado. A esos que estos días nos han escuchado y visto contar cómo ha defendido la esperanza ante las dificultades de nuestro tiempo, con un mensaje capaz de llegar a los corazones y las conciencias. Nadie se ha atrevido a publicar un glosario de Francisco para no perderse, una especia de diccionario Francisco-español/español-Francisco; si alguien lo hace, «parresia» es una de las palabras que debería incluir sin dudarlo. Es una palabra que el Pontífice rescataba en su homilía del 18 de abril de 2020, como sinónimo de franqueza y coraje para referirse a los dones del Espíritu Santo. Nos decía que esta palabra era el estilo de vida de los predicadores cristianos, y que ya se recogía en el libro de los Hechos: «Que el Señor nos ayude siempre a ser así: valientes. Esto no significa imprudentes: no, no. Valientes. El coraje cristiano es siempre prudente, pero es coraje», explicaba Francisco.
Quizás por eso toman fuerza esas palabras en las que el cardenal decano explicaba como Francisco ha hecho gala de difundir con la impronta misionera la alegría del Evangelio. Por eso el comunicador cristiano no debe tener miedo, sino esperanza en un Cónclave porque la luz siempre se abre paso en la oscuridad. Y aunque no nos guste, o nos guste menos, que no se no se nos olvide: Ubi Petrus, ibi Ecclesia. Es decir, como escribía Pablo VI: «donde está Pedro, y con él la Iglesia, allí está Cristo».