Jordi Bosch: «Javier estaba muy libre de las ataduras humanas, ya olía a santidad»
¿Qué llevó a una celebridad a optar por vivir sin agua corriente ni calefacción, cuidando ovejas? Un gran amigo revela el itinerario espiritual de Sartorius
El 12 de septiembre se estrena la película Solo Javier, que narra la intensa vida de Javier Sartorius, cuarto hijo de Mauricio Sartorius, vizconde de Priego. Jordi Bosch, un amigo inseparable de él, inició el proyecto audiovisual, promovió la edición del libro homónimo (obra de Homero Val) y creó la Asociación Javier Sartorius, al abrir la causa de beatificación del joven madrileño. Además, dirige la asociación Amigos del Santuario de Lord (Lérida), lugar al que peregrina cada mes, y está implicado en la Comunidad de Santa María de Lord, una asociación pública de fieles asentada allí.
—¿Cómo fue su relación de amistad?
—Yo soy quien introduce a Javier en Ajofrín (Toledo) para estudiar en el seminario. Nos conocimos antes, en Perú, y desde entonces fuimos mejores amigos. Allí compartimos un año, después dos más en Ajofrín. Yo permanecí hasta el 93, él se marchó en el 92. Fue entonces cuando me dijo que quería irse a una cueva y yo le animé a ir al santuario de Lord, donde vivió 14 años. También yo pasé un tiempo allí. Convivimos muchas horas: yo no llegué a ordenarme sacerdote. Regresé a la vida civil, me casé y tuve hijos.
—Estuvo con él en Perú, momento clave para su conversión. ¿Cómo la describiría?
—Le marcó el contacto con los pobres y descubrir que la Iglesia respondía con misericordia. La filosofía oriental mira al interior del hombre, pero no se fija en el que está sufriendo: es su karma, es su destino. La experiencia de la fe, en la relación con Cristo, a él le hace identificar que ahí hay una religión que da respuesta a su pregunta. Vio en Cristo una fe que atendía al dolor del otro. Allí apareció también la figura del padre Giovanni, casi como un referente paternal. Empezó a confiar y a reconocer en Jesucristo una respuesta perfecta a su deseo interior.
—¿Qué virtudes destacaría de él?
—Seis elementos fundamentales: la humildad, la obediencia, el reconocimiento de la autoridad, la sencillez de corazón, la alegría y la radicalidad. Era humilde porque sabía escuchar; obediente porque se fiaba de quienes le guiaban, y sencillo, con un corazón de niño. Siempre estaba alegre: te hacía reír continuamente. Finalmente, fue radical; no en imponer nada, sino en exigirse a sí mismo llegar al fondo del amor de Dios. Yo creo que vivió en grado heroico todos estos elementos, que nos configuran una imagen de Javier como un santo de la puerta de al lado, un hombre sencillo.
—¿Cree que ya en vida tenía aura de santidad?
—Sí, hubo un momento en el que pensé que tenía como una aureola de santidad porque, cuando lo miraba, veía que se había transformado totalmente. De hecho, la última vez que lo vi con vida, el 21 de abril de 2006, dos meses antes de morir, cuando recibió las primeras órdenes en el santuario de Lord, estaba enfermo. Cuando nos íbamos, le tomé unas fotos. En la última, se le ve la cara y, detrás, el cementerio. Estaba vacío. Le pregunté: «¿Quién va a ser el primero en ocuparlo? Me imagino que será el padre Jordana, que tiene 90 años». Él me miró y me dijo: «Ya veremos». Había hecho un recorrido, estaba muy libre de las ataduras humanas, ya olía a santidad.
—¿Cómo surgió la película?
—Cuando murió, en 2006, yo empecé a escribir sobre su vida y fui recogiendo testimonios. Diez años después, el antiguo rector del seminario sugirió que quizá podría abrirse una causa de beatificación. Junto con familiares y amigos formamos una asociación para dar a conocer su vida. Entonces pensé en un documental y un libro. El objetivo era difundir su testimonio y su fama de santidad.
—¿Por qué el título Solo Javier?
—Él mismo lo pedía: renunció a los apellidos porque no quería que su historia quedara en manos de una familia concreta. Llegó un momento en que él dijo: «Yo solo quiero que mis padres vayan al cielo, que mi familia vaya al cielo, y esto pasa por hacer desaparecer los apellidos, que no pintan nada en el cielo». Cuando alguien le preguntaba cómo se llamaba, respondía: «Solo Javier».
—La escena en la que se quita el reloj, ¿qué importancia tiene?
—Él falleció el 21 de junio. En julio me fui al monasterio de San Miguel de Dueñas a hablar con las monjas, testigos de sus últimos días. Me dijeron que lo último que hizo fue desprenderse del reloj con una sonrisa. Yo entendí perfectamente que en ese gesto Javier finalizaba su tiempo en la tierra para pasar a otro estado.
—¿Cuál fue su espiritualidad?
—Era una síntesis de san Agustín, san Francisco y san Benito. Interioridad agustiniana, pobreza franciscana y la regla benedictina para ordenar el tiempo. Esa combinación le ayudó a vivir con radicalidad en Lord: sin agua corriente, sin calefacción, cuidando ovejas y cabras, desapareciendo del mapa. Tuvo dos directores espirituales: el padre Giovanni y el padre Jordana cuando estuvo en el santuario.