La Iglesia se prepara para el cónclave más internacional
Con los diez consistorios que convocó a lo largo de su pontificado, Francisco consiguió lo que se proponía, que el cónclave que elija a su sucesor tenga en cuenta los problemas y desafíos de todo el mundo
Para hacerse una idea de cómo ha cambiado el perfil del cónclave que elegirá al próximo Papa, basta pensar que en el que fue elegido Benedicto en abril de 2005 participaron cardenales de 52 países, en el que fue elegido Francisco, de 48, y en este, de 71. El número podría cambiar, pues hasta dentro de unos días no podrá cerrarse el número de participantes. Tienen derecho a participar los 135 cardenales electores, es decir, menores de 80 años, pero algunos de ellos no podrán entrar en la Capilla Sixtina por razones médicas o de otro tipo, como sucede con el español Antonio Cañizares, que no acudirá a Roma por motivos de salud.
Las deliberaciones se harán en la capilla pintada por Miguel Ángel por indicación de Juan Pablo II, que así lo dispuso porque allí «todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado». Sin duda, el hecho de no contar con ventanas ni accesos directos impide intromisiones externas.
De los 135 cardenales electores, cinco fueron creados por Juan Pablo II —un 3,7 %—, 22 por Benedicto XVI —un 16,3 %—, y 108 —un 80 %— por el Papa Francisco. De todos ellos, 28 están jubilados, 29 trabajan en la Curia romana y 79 son obispos de diócesis de los cinco continentes.
En términos de distribución geográfica, han cambiado muchas cosas. Por ejemplo, había 28 italianos y ahora hay sólo 17. En 2005 había otros 32 cardenales europeos, pero ahora serán 36. El bloque formado por los procedentes de Estados Unidos y Canadá mantiene sus 14 cardenales, y Latinoamérica pasa de 19 a 23. África aumenta de once a 18, Asia de once a 23, y Oceanía de uno a cuatro.
El sello personal de Francisco en el colegio de cardenales actual va en dos direcciones. La mayoría de los purpurados que ha nombrado en sus diez consistorios proceden de países en vías de desarrollo y de lugares donde los cristianos son minoría. Es lo que ocurre por ejemplo con el cardenal Giorgio Marengo, de 50 años, prefecto apostólico de Ulán-Bator en Mongolia, donde hay cinco sacerdotes católicos y unos 1.500 fieles.
Además, ha hecho trizas las que tradicionalmente eran consideradas sedes cardenalicias, por lo que no ha hecho automáticamente cardenal a los arzobispos de Los Ángeles, Milán, Venecia, París o —en España— Toledo. En contraste, en sus consistorios no han faltado nunca cardenales de lugares que nunca habían tenido un representante en la elección papal, como Paraguay, Sudán del Sur o Singapur.
Visto con perspectiva, y con el peligro de caer en generalizaciones, Francisco ha creado cardenales a obispos con iniciativa y espíritu misionero, de los que dan prioridad al aspecto humano antes que al institucional. Son personas de consenso, pues muchos han presidido conferencias episcopales nacionales o regionales, o han tenido un papel relevante a la hora de serenar los ánimos en conflictos sociales en sus países, como el primer cardenal «paria» de la India, Anthony Poola, arzobispo de Hyderabad, o Peter Okpaleke, obispo de Ekwulobia (Nigeria), a quien unos sacerdotes locales impidieron en masa que tomara posesión de su diócesis porque querían a uno de su propia etnia.
Sería precipitado concluir que, como la mayoría han sido nombrados por el Papa Francisco, son de su mismo estilo. En el cónclave de 2005 los cardenales nombrados por Juan Pablo II eran mayoría, pero eligieron a Joseph Ratzinger, creado cardenal por Pablo VI. En el cónclave que eligió a Francisco, un 58 % de los electores habían sido nombrados por Benedicto XVI y un 42 % por Juan Pablo II, y el elegido fue el cardenal Bergoglio, creado cardenal por este último.
Es más correcto considerar que Francisco ha conseguido lo que se proponía, esto es, que durante el próximo cónclave se tengan en cuenta los problemas y desafíos de los católicos de todo el mundo y no solo de los de Occidente. Por ejemplo, por primera vez participará un cardenal de países como Argelia, República Centroafricana, Timor Oriental o Irán.
Será sin duda un cónclave apasionante, y si del perfil de los participantes se puede aventurar una conclusión, el próximo obispo de Roma será un pastor muy activo, que no gobernará la Iglesia desde su despacho.