La lucha contra el mal desde las raíces de nuestra cultura
La exposición La iconografía del mal. Tapices de los pecados capitales acerca a la visión moral del siglo XVI de una manera didáctica con la mirada en la virtud. Algo muy necesario en estos tiempos un tanto desnortados
La exposición La iconografía del mal. Tapices de los pecados capitales, de la que podemos disfrutar en la Galería de las Colecciones Reales de Madrid hasta finales de septiembre, nos acerca a los posicionamientos éticos y estéticos propios de las cortes europeas a principios del siglo XVI.
En efecto, la muestra exhibe por primera vez de manera conjunta dos series de tapices dedicados a los pecados capitales, reunidas por Felipe II a partir de la colección de su tía, María de Hungría (gobernadora de los Países Bajos), y de las colecciones del conde de Egmont. Curiosamente, aunque de procedencia disímil, ambos conjuntos fueron realizados a partir de los cartones pintados por uno de los más afamados creadores del Renacimiento flamenco: Pieter Coecke van Aelst, siendo tejidos por los prestigiosos talleres de Willem de Pannemaker de Bruselas en la década de los años 30 del siglo XVI.
El citado pintor dio rienda suelta a una compleja iconografía recreada a partir de los siete pecados capitales; aunando, eso sí, la rica simbología propia del otoño de la Edad Media con aquella otra procedente del humanismo italiano. Su detallismo, su carácter narrativo, junto a la monumentalidad de sus figuras y modelos, se coaligan con la suntuosidad propia de los característicos materiales de los tapices: lana, seda, hilos de oro y plata, etc. De esta guisa, la actual muestra, comisariada por Roberto Muñoz Martín, nos pone ante unas obras cuya brillantez formal no hace sino fomentar un discurso moral condenatorio respecto a los desmanes del mal frente al orden que gobierna el imperio del bien.
Buena parte de estos tapices se conciben cual alegorías de los principales pecados, es decir: ira, envidia, soberbia, gula, avaricia, lujuria y pereza; vicios que campan a sus anchas sobre unos carros triunfales que arrollan todo aquello que sale a su encuentro. Dichas alegorías se complementan con otros símbolos propios de los respectivos pecados. Sin embargo, la leyenda que en latín acompaña a cada uno de estos tapices, amén de otras representaciones de las virtudes, nos orillan a una auténtica psicomaquia, a esa lucha entre el bien y el mal, entre el vicio y la virtud; invitando al espectador, claro está, a optar por el discurso evangélico.
Para entender la lectura moral referida, esta exposición cuenta asimismo con otras secciones que nos ayudan a contextualizar ambas series de tapices, tanto desde el punto de vista iconográfico, como también desde el filosófico, el histórico y el técnico. No faltan pues algunas pinturas consagradas a los principales pensadores y teólogos que teorizaron sobre los pecados capitales, como es el caso de Prudencio, de san Gregorio Magno o de santo Tomás de Aquino. Asimismo, encontramos óleos donde hallamos ciertas metáforas visuales que, sin duda, sirvieron como paradigma a Coecke la hora de ejecutar estas obras, como la famosa Nave de la Iglesia (1575-1600), de autor anónimo; la Alegoría del árbol de la vida y el juicio final (1660-1700), de Isidro de Burgos; sin olvidar, cómo no, ciertos guiños al Bosco y a la cultura clásica.
Por todo lo dicho, por su riqueza, por su significación, esta exposición nos asoma de manera didáctica y atractiva a las raíces de nuestra cultura; también desde un punto de vista ético y moral, tan necesario en estos nuestros tiempos un tanto desnortados, con la mirada siempre puesta en la virtud.