La muerte de la superiora de las clarisas conmueve a todo Almendralejo
La capilla de las clarisas se quedó pequeño para el funeral de Catalina Mudarra Blanco, presidido por el arzobispo de Badajoz. La religiosa había llevado la adoración eucarística a Almendralejo
«Aunque ya no esté presente físicamente entre vosotros, si lo estoy espiritualmente». Comienza así el testamento espiritual de madre Catalina Mudarra Blanco, superiora del convento de clarisas de Almendralejo (Badajoz). Falleció el 14 de septiembre, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Su partida ha tenido gran impacto en la localidad, de 34.000 habitantes. Cientos de personas, incluido el alcalde, le rindieron homenaje y agradecieron a Dios su vida, ya fuera en la vigilia ante el Santísimo que se celebró con ella de cuerpo presente; como al día siguiente en las exequias, presididas por el arzobispo de la diócesis pacense, el franciscano José Rodríguez Carballo.

A pesar de haber instalado 100 sillas extra en el templo, este no solo se llenó sino que la multitud llegó a la calle. «Muchas fueron las personas que nos dieron sus rosarios y sus alianzas para que las pasásemos por sus manos», relatan desde su comunidad.
De capuchina a clarisa
«Catalina supo armonizar la vocación de Marta y María. La de Marta, sirviendo a sus hermanas con alegría, con amor fraternal y con espíritu de servicio», subrayó Rodríguez Carballo. Y la de María «llevando una vida de contemplación, como lo exige la vocación de una hermana clarisa».
Originaria de Campillo del Río Begijar (Jaén), cuando tenía 19 años Mudarra ingresó en el convento de las clarisas capuchinas de Alicante en el día de la Virgen del Carmen. Hizo los votos solemnes el 29 de mayo de 1988, solemnidad de la Santísima Trinidad. En 2015, en el convento de Almendralejo, dejó de ser hermana capuchina para pasar a ser hermana pobre de santa Clara.
En las comunidades por las que pasó destacó por su servicio, siendo desde abadesa a portera o enfermera, este a lo largo de casi toda su vida religiosa. Quienes la conocieron la definen como alguien «sumamente detallista que se desvivió por hacer felices a quienes tenía a su alrededor».
«Aquí estoy, hágase»
La clarisa destacó por su devoción a la Eucaristía. Tras sentir la llamada de Jesús a hacer posible una exposición del Santísimo prolongada para saciar la sed de Dios del pueblo, en 2010 consiguió poner en marcha la adoración durante 13 horas al día. Cuatro años después, se transformó en perpetua.
En su homilía, el arzobispo destacó también su «aceptación, y me atrevo a decir gozosa, de la hermana muerte corporal». El 27 de febrero pasado, le habían diagnosticado cáncer de páncreas. Desde entonces, su consigna repetida una y mil veces fue «aquí estoy, hágase». También «Jesús, te amo. Heme aquí».
Sacaba fuerzas para ello precisamente de la Eucaristía, resaltó Rodríguez Carballo. «A medida que se acercaba el día del tránsito glorioso solía decir: “Señor, llévame, me voy”, y lo decía sin miedo».
La última adoración
Durante ese periodo, ella misma organizó su funeral, eligiendo los cantos y las lecturas; incluido el himno a la caridad de san Pablo. Al mismo tiempo, fue llamando uno a uno a sus hermanos y familiares para despedirse.
Tres días antes de morir, disfrutó en la enfermería de Jesús Sacramentado, solemnemente expuesto en una custodia, relatan desde la comunidad. «Toda la noche de ese duro Getsemaní se la llevo diciendo una y mil veces: “Alabado sea Jesús Sacramentado; sea por siempre bendito y alabado”». Con esas mismas palabras recibió a la muerte, cuando por fin llegó.
Sus hermanas aseguran que «ha sido sostenida por una gracia singular del Señor», además de por el cariño de sus familiares, el personal sanitario y todo el pueblo: desde su «oración permanente hasta regalarle todo tipo de alimentos que pudieran beneficiarle, y también yendo a diversos santuarios para pedir su curación».
La clarisa ha dejado una profunda huella en Almendralejo, junto con el contenido de su testamento espiritual. Todo el texto es una acción de gracias. En primer lugar a Dios, que «cuidó de mí como un esposo amoroso». Luego a su familia y comunidad por su apoyo y cuidados; y a los fieles de Almendralejo por su compañía a través de la oración y el cariño. Por último, a los adoradores de la capilla de Adoración Eucarística Perpetua del convento; en particular, a los que la sustituyeron en sus turnos. «Seguid transmitiendo a las nuevas personas y generaciones este gran don».