La red puede ser una trampa, pero también es un lugar de gracia  - Alfa y Omega

La red puede ser una trampa, pero también es un lugar de gracia 

No importa si tienes tres seguidores o 300.000. Lo que cuenta no es
la cantidad sino la hospitalidad, la coherencia, la humildad, la verdad.
Lo importante es saber que Jesús nos busca y nos elige para esta misión

José Cobo Cano
El arzobispo de Madrid durante la vigilia con los misioneros digitales. Foto: Delegación De Jóvenes.

Jesús, aquí, en el corazón de la Iglesia, de Europa. Jesús puso mucho empeño en ir a buscar, como hemos escuchado, a cada uno de sus discípulos: a Magdalena, a Pedro, a Juan; a aquellos que se marchaban de este grupo por los caminos de la vida. Jesús se hizo un caminante más para enseñarnos cómo anunciar y para decirnos que Él siempre nos busca y nos rescata.

Pedro, uno de los rescatados por Jesús, cuando intentaba escapar por otro camino, dicen que se volvió a este lugar. No era soldado, ni filósofo ni general; solo traía una noticia: Jesús había vencido a la muerte y nos rescata de los caminos de la vida. Y así, en el corazón del imperio, donde se decidían las guerras y se alzaban estatuas y ornatos de poder, empezó a latir un mensaje de fuego, un Reino distinto, sin ejércitos, sin fronteras, sin monedas grabadas con el rostro de los emperadores. Pedro no venía solo. Venía con la fuerza del Espíritu, con la memoria viva del Maestro, con una comunidad que le arropaba y con la certeza de que el amor es más fuerte que el miedo; y con la experiencia de que la Iglesia nace del encuentro con Jesús en los caminos de la vida. 

Solo nos pide escuchar, dejar abierto el corazón e invitarle a nuestro hogar. Roma no fue elegida por casualidad, era el cruce de todos los caminos. Desde aquí, la buena noticia se extendería hacia el oriente y el occidente, el norte y el sur. Y la iglesia de Roma asumió el papel de custodiar la unidad, de mantener la llama del Evangelio viva en medio de las tormentas. Y esta misma Iglesia, aún con heridas o con errores, es la que nos reúne esta noche a todos. Estamos llamados por Cristo para caminar y anunciar comunitariamente lo mismo que Pedro meditó hace siglos en las calles del imperio: Jesús está vivo, y su Reino no tendrá fin. 

Es verdad que el mundo ha cambiado mucho. Vivimos en una realidad donde cada persona lleva en el bolsillo una ventana nueva. Las palabras viajan más rápido que el pensamiento y las imágenes modelan emociones antes de que surjan preguntas. Ahora mismo, el mundo digital es una plaza inmensa, llena de gente que no se ve; una plaza donde todos hablan, pero pocos escuchan; donde muchos gritan y otros simplemente entran y se van. Es como una ciudad que nunca duerme. A cada segundo se publican pensamientos, se editan imágenes, se cruzan vidas, se venden verdades a medias, se banaliza todo y se hace mirar lo que se dice.

En este continente digital para mí hay belleza, sí. Hay jóvenes que comparten su fe con rotundidad, hay comunidades que son conocidas por este medio, hay podcasts que consuelan más que muchos sermones, hay búsqueda de sentido disfrazada de likes, hay búsquedas profundas detrás de preguntas superficiales. Pero también hay mucho ruido: el ruido de la vanidad, el ruido del odio viralizado en segundos, el ruido de los filtros que maquillan tanto que ya no dejan ver la verdad, el ruido de la prisa.

Y en medio de este mundo estás tú. Sí, estás tú. Estamos cada uno de nosotros. caminantes hermanos. El comunicador, el sembrador de sentido, el narrador del Reino en la tierra digital, que ha entendido que evangelizar no es solo repetir doctrinas sino crear puentes, provocar preguntas, mostrar belleza, tocar el corazón.

El Papa Francisco nos lo recordaba con frecuencia: «No se trata de conquistar espacios sino de iniciar procesos». Y tú puedes iniciarlos con una imagen, con una historia, con una respuesta madura, con un silencio en el momento justo, con una palabra que busca dar luz. La red puede ser una trampa, sí. Pero también es un lugar de gracia, donde Dios se hace presente no con likes, sino con rostros que esperan algo más; no con emociones, sino con encuentros; no con seguidores, sino con discípulos. Por eso, porque estáis en este camino desde nuestra iglesia, Cristo sigue hoy caminando en los caminos digitales, dando una palabra viva, una presencia encarnada también en la realidad. 

Narrar esperanza, preguntar de qué se habla en el camino es central. Esto es comunicar como cristiano, sembrar esperanza en el desierto y desde la humildad; ser luz en la oscuridad, ser esperanza para los pobres y para los vulnerables. Allí donde a veces solo se buscan escándalos, polémicas o aplausos. Pero tú, con que creas con fe, puedes hacer que el Evangelio sea también contagioso. 

Estamos llamados a caminar y a invitar a Jesús a este mundo. Digámosle «quédate con nosotros». Se lo podemos decir ahora. No importa si tienes tres seguidores o 300.000. Lo que cuenta no es la cantidad, sino la hospitalidad, la coherencia, la humildad, la verdad. Lo importante es saber que Jesús nos busca y nos elige para esta misión. Solo así podemos sentir que somos enviados a contar lo que Él hace en nosotros.

Si estamos aquí, en los caminos digitales, es porque hemos sido elegidos. Sí, hemos sido elegidos. Y solo podremos responder a la vocación recibida caminando desde la oración y desde el discernimiento comunitario. No lo olvidéis, son las dos caras de la comunicación que esta noche ponemos ante el Señor que se hace Eucaristía: escucha del Señor y discernimiento. Y de su mano la acogida a cada uno, la hospitalidad y caminar juntos. 

Decía en Harry Potter Dumbledore: «Son nuestras elecciones las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades». Gran frase. Lo importante no son nuestras habilidades, sino desde dónde comunicamos, nuestras decisiones, nuestras vocaciones. Solo así seremos enviados a dejar el rastro del amor de Cristo vivo en su Iglesia. Se trata de que nos conozcan por lo que sembramos, por el amor, la fe y la esperanza que transmitimos y en nombre de quién vamos. Porque si amas de verdad, y si eres enviado por la Iglesia, tus palabras están llenas de Evangelio, incluso si no lo mencionas.

Por eso, para terminar, hoy delante del Señor, os pido entrar en la posada, como aquellos hermanos. Solo necesitamos entrar en la posada, reconocerle y volver a Jerusalén, donde están los hermanos reunidos en la diversidad. Por eso os animo a abrir ante Jesús tres puertas, tres puertas de Jesús para decirle «quédate con nosotros». La primera puerta que os pido abrir a Jesús es la de la hospitalidad: invitar a Jesús acogiendo a todos, con sus inquietudes y dificultades; y especialmente a los más necesitados y pobres, que él siempre prefiere. Como Jesús, se trata de invitar a los peregrinos y hablar con ellos no desde las ideas, sino desde el corazón; así actúa Jesús. 

Los pobres, los débiles, los que están tirados en los caminos siguen también esperando de nosotros ser llevados a las posadas seguras por nuestro medio, como lo hizo el buen samaritano. No olvidéis ser la voz de los pobres en un mundo donde solo tienen voz los poderosos. No olvidéis ser la voz de las víctimas de la violencia y ser instrumentos así de la paz del Señor. Es fácil caer en la vanidad digital, medir el valor por los «me gusta» y vivir pendiente de los números. Pero la medida de Dios es otra. Son los pobres: en sus ojos y en los ojos de Dios vale más un corazón tocado por las bienaventuranzas que mil visualizaciones vacías.

La segunda es abrir la puerta de la paz, del diálogo y la comunicación de las experiencias. Estamos vocacionados, llamados para ser luces del Evangelio y a vivir a su servicio; ser presencia viva, no espectáculo. Debemos privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad, que involucren a otras personas y grupos. Evangelizar no es tener un contenido perfecto, sino dejarse encontrar por el que necesita una palabra viva. Hoy necesitamos que la palabra viva suscrite voceros de paz, de reconciliación en nuestro mundo. Aquí, en Gaza, en Ucrania, en el Congo y en tantos rincones del mundo donde la dignidad humana es desplazada por otros intereses. Vosotros, desde la experiencia de ir a Jerusalén, como los llamados, participáis de esta misión.

Y por fin, abrir la puerta, una puerta que se llama la Iglesia. Abrir la puerta de la Iglesia en todo lo que hacemos. No estamos solos. Evangelizar en el mundo digital no es un esfuerzo individual. Somos cuerpo, como vemos esta noche; nos necesitamos, necesitamos curar juntos, corregirnos, compartir recursos, ayudarnos en la tentación del ego, trabajar la presencia eclesial. No se trata de ganar debates, sino de abrir ventanas al Evangelio discernido comunitariamente. 

Queridos evangelizadores, queridos discípulos: Dios ha tocado nuestro corazón para que el amor vivido en la Iglesia sea un nuevo lenguaje. Que esta oración de esta noche me lleve a caminar y a abrir puertas. Tú que grabas vídeos en tu cuarto, tú que editas oraciones para jóvenes, tú que rezas por quienes evangelizan en la red, tú que quieres hacer visible lo que se silencia en ella, tú que profetizas en las controversias y no avivas la confrontación: tú eres llamado a este nosotros amplio y comunitario; llamado a darnos y a reconocer a quien parte el pan delante nuestro.

Y aunque no veas a quién iluminas, tu luz importa. No dejes de encenderla. Porque en este océano de píxeles, Dios sigue buscando corazones que ardan para reflejar su calor en la barca de la Iglesia. En este mar, Dios sigue necesitando no barquitas solitarias, sino navegantes audaces y humildes que desde sus habilidades ayuden a la barca de la Iglesia a transitar nuestro mundo con la luz de Cristo.

Tan significativo como el testimonio personal, dice el documento del Sínodo, es el testimonio comunitario. Una comunidad de testigos, acogedora y abierta, capaz de acompañar hacia Cristo a los que se acercan, tiene mucha más fuerza e impacto para evangelizar en internet que los proyectos personales aislados. Pues así, nosotros no olvidemos que el Espíritu Santo también navega en la vida.