La riada

La riada

En apenas tres horas se precipitaron sobre la cuenca del río Guadalupe 165 milímetros de lluvia. En Chiva, por intentar comprender la magnitud, cayeron casi 500, aunque en ocho horas. El río Guadalupe se desbordó a una velocidad inesperada: en dos horas subió siete metros

Teo Peñarroja
Interior de una de las cabañas de Camp Mystic, con camas y pertenencias de las niñas desplazadas y llenas de barro negro.
Interior de una de las cabañas de Camp Mystic. Foto: AFP / Ronaldo Schemidt.

Si se fija uno bien, son las mismas imágenes que vimos nosotros. El mismo fango está esperando debajo de la misma agua furiosa. El condado de Kerr, en Texas (Estados Unidos), padeció la madrugada del 4 al 5 de julio —día de fiesta allí— el desbordamiento súbito del río Guadalupe después de una lluvia torrencial. Al cierre de esta edición se habían contado 104 muertos en un territorio de unos 50.000 habitantes; aunque, por desgracia, con toda seguridad serán más cuando usted lea esta página.

Las inundaciones en el sur de Estados Unidos no son ninguna novedad. La saga Blackwater, de Michael McDowell, presenta en su primer volumen un retrato de la riada estremecedoramente calcado a lo que vimos en Valencia en octubre y a la tragedia que tiene en vilo al país esta semana. La gente se olvida. Nos olvidamos, pero la naturaleza sigue su vida secreta, ciega y salvaje.

Aunque queramos olvidarlo, la geografía condiciona nuestra vida. A la zona de la inundación se la conoce como Flash Flood Alley —el callejón de las inundaciones repentinas—, porque es un lugar en el que se concentran tormentas intensas y rápidas (el aire caliente del golfo de México choca con masas de aire frío), donde el suelo es incapaz de filtrar el agua (la meseta de Edwards es de piedra caliza), con una topografía abrupta que lleva toda el agua a una densa red de drenaje: muchos barrancos secos que se convierten de pronto en arroyos van a morir al río Guadalupe. Una combinación terrible.

En apenas tres horas se precipitaron sobre la zona 165 milímetros de lluvia. En Chiva, por intentar comprender la magnitud, cayeron casi 500, aunque en ocho horas. El río Guadalupe se desbordó a una velocidad inesperada: en dos horas subió siete metros. Entre las dos de la madrugada y las siete de la mañana, se registraron hasta nueve metros de crecida. Es una zona, además, relativamente rural, con grandes zonas sin cobertura, popular entre campistas. 

El epicentro emocional de la tragedia ha sido Camp Mystic, un campamento cristiano para niñas fundado hace 99 años entre cipreses, robles y nogales al que han acudido durante generaciones las hijas de la élite política texana. Han pasado por sus cabañas, por ejemplo, las hijas, las nietas y las bisnietas del presidente Lyndon B. Johnson. Actualmente es propiedad de la familia Eastland, y la semana pasada había allí 750 niñas de entre 8 y 17 años.

La crecida del Guadalupe sorprendió a todo el mundo de madrugada. Aunque se habían enviado algunas alertas, no se dio ninguna orden de evacuación. Hace unos años se consideró la posibilidad de instalar un sistema de alarma por sirenas, similar al de las emergencias por huracanes, a lo largo del lecho del río. Pero no había dinero. El debate público en Estados Unidos ya se centra en hasta qué punto los recortes de Trump pueden haber mermado las posibilidades de salvar vidas en esta tragedia.

Dick Eastland, propietario de Camp Mystic, intentó rescatar a algunas niñas de la crecida y el agua se lo llevó. Tenía 70 años. Chloe Childress, de 18 años, acababa de graduarse del instituto en Houston y hacía un mes que se había incorporado a Camp Mystic como monitora. Sarah Marsh tenía 8 años y estudiaba en la Cherokee Bend Elementary de Mountain Brook (Alabama). Janie Hunt, de Dallas, tenía 9 años. Las hermanas Hannah y Rebecca Lawrence tenían 8 años. En total, 27 niñas y monitoras de Camp Mystic han muerto. Diez permanecen desaparecidas.

En la foto se ve una de las cabañas del campamento, hasta dónde llegó el agua. No creo que se pueda decir nada más.