El 8 de junio se disputó en París la final del célebre torneo de tenis de Roland Garros, uno de los cuatro Grand Slam y el más prestigioso y difícil campeonato que se juega sobre la exigente superficie de la tierra batida. Se enfrentaron el jugador número uno del mundo, el italiano Jannik Sinner, y el número dos y defensor del título, el murciano Carlos Alcaraz. Tras casi cinco horas y media de igualadísimo partido —la final más larga de la competición, y considerada por muchos una de las mejores—, el deportista español se llevó la Copa de los Mosqueteros.
La entrega de premios estuvo a la altura del partido. Sinner, que había hecho durante los últimos meses un esfuerzo sobrehumano para tratar de batir al número dos en una superficie en la que a priori era notablemente inferior, no solo se deshizo en elogios a su rival, sino que, sin quejas, puso el foco en su equipo: «Os doy las gracias, porque sin vosotros no hubiera llegado hasta aquí». Por su parte, Alcaraz, al ser requerido para posar con el trofeo no quiso hacerlo solo y le pidió a su entrenador, el exjugador Juan Carlos Ferrero, que se pusiera a su lado, queriendo mostrar así gráfica e inequívocamente que la victoria no le pertenecía solo a él.
Ese mismo fin de semana se celebró en la capital de España el Madrid Economic Forum 2025, un congreso organizado por consultoras andorranas —y patrocinado por una plataforma de criptomonedas—, que reunió a numerosas figuras de la política (como el presidente de Argentina), la economía y la empresa, de la amplia familia neoliberal, para discutir sobre la situación de España, Europa y Occidente desde la perspectiva del liberalismo económico y el anarcoliberalismo político. Previo pago de unas entradas que oscilaban desde los 100 a los 7.500 euros, el público, mayoritariamente urbanita, joven y masculino, jaleó las consignas lanzadas por los ponentes, como «el Estado es una organización criminal», «los impuestos son un robo», y descalificaciones genéricas varias contra los políticos y periodistas «corruptos» (sic).
Es llamativo el contraste. Mientras en Roland Garros Sinner y Alcaraz, los dos mejores del mundo, ponían en el centro de sus discursos el reconocimiento de su radical dependencia del trabajo y sacrificio de otros como clave posibilitadora de su éxito, en el evento criptomonetario de Madrid se reprochaba con dureza al Estado, los impuestos y las regulaciones de no poder gozar de una libertad ilimitada que conduciría al triunfo personal y a la felicidad.
El filósofo estadounidense Michael Sandel analiza en su interesante La tiranía del mérito (Debate, 2020) la raíz sociológica de esta mentalidad anarcoliberal, situándola en un «yo» que se piensa (más bien se sueña) autónomo y dueño de su destino, obviando los condicionantes de partida y la interrelación con el entorno: «No es nada fácil mantener el equilibrio entre mérito y gracia. […] La ética del merecimiento y el logro ha ejercido un atractivo casi irresistible con el que ha amenazado a imponerse a la mucho más humilde ética de la esperanza y la plegaria, de la gratitud y el don. El mérito expulsa a la gracia, o, cuando menos, la reformula a su propia imagen o semejanza, como si fuera algo que nos merecemos».
En esta línea, el Papa Francisco denunció la mentira, inhumanidad y efectos antisociales de esta concepción individualista en Fratelli tutti: «Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y solo reclamarán libertad. […] Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una mónada, cada vez más insensible. Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias».
El inmenso valor pedagógico de los discursos de Alcaraz y Sinner reside en su apología de la dependencia; en su reconocimiento agradecido de que, sin la ayuda de otros, no habrían llegado donde lo han hecho. Por eso, incluso en su amarga y decepcionante derrota, Sinner no estaba dominado por el resentimiento; ni Alcaraz, en su heroica y brillante victoria, por una prepotente soberbia. Dios nos libre de que alguna vez tengamos que padecer un gobierno de criptotriunfitos, quienes, al revés de lo que cantaba Jarcha, en nombre de su delirante idea de la libertad, a buen seguro no se guardarán su miedo y su ira.