Los demonios - Alfa y Omega

El pasado 1 de julio, el tenista alemán Alexander Zverev, actual número 3 del ranking ATP, fue eliminado de manera inesperada en la primera ronda del torneo de Wimbledon por un jugador casi desconocido. En la rueda de prensa posterior al partido, ante la sorpresa de todos, declaró de manera cruda y directa: «A veces, me siento muy solo en la pista. Tengo problemas a nivel mental. […] Estoy intentando encontrar maneras de salir de este atolladero, pero vuelvo a caer. No es una cuestión de tenis, me siento solo en la vida en general ahora mismo. […] Nunca me había sentido tan vacío como ahora. He perdido la alegría en todo lo que hago».

Uno de los fenómenos sociales más positivos de los últimos años es el de la normalización y visibilización de los problemas de salud mental. En particular, que una personalidad pública como la de Zverev, paradigma del éxito a todos los niveles, reconozca de una manera tan franca su dolencia y la necesidad que tiene de asistencia especializada es un gran estímulo para muchos, que tal vez por vergüenza o por falta de autoestima sufran un bloqueo a la hora de pedir ayuda. Michael Phelps, Simone Biles, Andrés Iniesta, Ricky Rubio y tantas otras celebridades deportivas han tenido a lo largo de los últimos años la generosidad y el coraje de dar el mismo paso que el deportista alemán y, dado su enorme prestigio y autoridad ante el gran público, han contribuido de forma significativa a este gran avance.

Hay que valorar en su justa medida este cambio a (mucho) mejor. El punto de partida, nada lejano en el tiempo, era el del tabú o la ignorancia. Una enfermedad mental no suele ser visible, no tiene una ubicación fisiológica —como la pérdida de un sentido, una mutilación o parálisis, o un cáncer— que permita su fácil identificación y aceptación. El enfermo mental no solo tenía que luchar solo en un contexto de falta de información sobre la materia, sino que se veía en la tesitura de tener que justificar constantemente ante los demás su estado —por ejemplo, en la depresión— o de enfrentarse al estigma; en el mejor de los casos, de ser tachado como «rarito», extravagante o, en el peor, como un tipo peligroso al que evitar.

Por eso, a pesar de su discutible portada, me ha gustado tanto el fantástico (y durísimo) Cuerpo de Cristo (Astiberri, 2025), flamante Premio Nacional del Cómic 2024, autobiografía de la infancia y juventud de su autora, la ilustradora coruñesa Beatriz Lema (1985), en relación con la enfermedad mental de su madre, Adela; y la reacción frente a aquella de su entorno familiar y vecinal más cercano. Con un delicado y bellísimo estilo muy arraigado en el folklore gallego —usando incluso el bordado sobre tela en muchas páginas—, Bea Lema cuenta la historia de abuso y miseria de su madre (nacida en 1946) en una aldea de la Galicia profunda; su emigración en la década de 1960 a Suiza en busca de una vida mejor y el retorno a la periferia masificada e impersonal de una ciudad durante el desarrollismo, que es cuando emerge la enfermedad hasta entonces latente. La madre, ante la incapacidad de su familia y amigos de poder entenderla y ayudarla, busca refugio primero en las supersticiones de su pueblo —brutales las escenas de la meiga y la del exorcismo en el santuario— y después en la pseudoreligiosidad tóxica y sectaria de los Testigos de Jehová. Su hija, mientras, va aprendiendo por su cuenta (y enseñando a su padre y a su hermano) el diagnóstico y el tratamiento químico de la enfermedad, y a cuidar y comprender a su madre.

«Los delirios y psicosis se viven con mucha vergüenza y se asocian a personas peligrosas, violentas. Nadie quiere verse etiquetado bajo la palabra “loco” o “loca”. Este estigma hace que las familias tampoco sepamos cómo acompañar. Cuando alguien empieza a tener un relato que no es coherente, la respuesta más instintiva es la negación; es decir, aconsejarle que deje de creer en esas “tonterías”. Esto es lo peor que puedes hacer, porque la persona se va a sentir atacada, incomprendida y, por tanto, más sola. […] Adela nace en 1946 en un pueblo de Galicia donde las creencias están muy presentes. Al no sentirse escuchada por su familia y médicos, encuentra en la religión, curandería y superstición un espacio donde contar su relato sin rechazo», explica la autora. 

Lo más importante no es el fundamental avance médico en la curación de las enfermedades mentales, sino el cambio en la percepción social sobre estas. El que las padece no necesita solo las pastillas que le prescriba el médico sino, ante todo, saberse y sentirse escuchado, acogido y acompañado por su familia y amigos. «Mis amigos suman más que mis demonios», dice la preciosa canción Hamburguesas, de la banda de rock madrileña Carolina Durante. En efecto, los valientes testimonios de Alexander Zverev y Bea Lema, como antes los de muchos otros, continúan esta recentísima pedagogía, tan necesaria para que entre todos sigamos aprendiendo a ayudar a exorcizar los demonios que torturan secretamente a tantos de los que amamos. 

Luis Ruiz del Árbol

Abogado e ilustrador