Autoridades y dirigentes políticos de todas las sensibilidades ideológicas y ciudadanos de todo el mundo rinden estos días homenaje a la figura del Papa Francisco, que durante doce años ha guiado la Iglesia católica, siendo venerado por su cercanía y preocupación por los más desfavorecidos y necesitados. Se ha apagado un pontificado de la Iglesia que, no obstante, ha tenido tantos defensores como detractores; como ocurre con todo aquel que pretende innovar y reformar. El Papa Francisco ha abordado cuestiones que no son universalmente pacíficas en la Iglesia, como el cuidado de la naturaleza, refiriéndose directamente al cambio climático en su encíclica Laudato si; ha vivido los tiempos de la confrontación y polarización, a los que dedicó otra encíclica, Fratelli tutti, destacando conceptos como la «amistad social»; no ha eludido conflictos internos y ha promovido un profundo cambio en la administración vaticana que, como en toda organización humana, ha obtenido tanto el reconocimiento de su valentía, como el reproche de los agraviados; ha tratado el tema de los abusos en la Iglesia, además de otros escándalos internos, con absoluta determinación, adoptando resoluciones difíciles y escabrosas no siempre comprendidas, ni aceptadas.
Pero sobre todo, el pontificado de Francisco ha girado en torno a la defensa y a la necesidad de una justicia social que tiene que instalarse, según nos ha venido diciendo en estos años, sin buscar equiparaciones con ideologías políticas de izquierdas o de derechas, porque el Evangelio tiene su propia voz. Su idea de misericordia y de fraternidad en modo alguno anula el concepto de justicia, como en ocasiones se ha cuestionado. Hay que recordar que en nuestra tradición cristiana, con fundamento en las fuentes grecolatinas, la justicia consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. Esto tiene que estar en proporción con su contribución a la sociedad, sus necesidades y sus méritos personales. En este sentido, el pontificado de Francisco giró en torno a una idea esencial, la justicia fraterna, dando siempre voz a los marginados, desde una mirada de fe y esperanza.
Se va —eligió para ello un lunes de Pascua— el Papa que inició su pontificado una lluviosa tarde de marzo de 2013, pidiendo rezar por él. Nos dice adiós el Papa de la fraternidad en un mundo que comienza a ser cada vez más hostil y menos confiable, pero con la esperanza de que el sendero recorrido será transitado con acierto por su sucesor.