El presidente del CELAM: «Francisco asumió un estilo de ejercer el ministerio petrino caracterizado por la sencillez» - Alfa y Omega

La voz del Papa Francisco ha sido la de aquellos que el sistema socio-político-económico dominante considera un problema. Francisco asumió un estilo de ejercer el ministerio petrino caracterizado por la sencillez, el despojo y el compromiso decidido por el cuidado y la promoción de la vida en todas sus manifestaciones. Es innegable su empeño por mostrar a todos el rostro paterno y misericordioso de Dios. El medio utilizado para que el mensaje llegue al mayor número de personas también lleva el sello de un lenguaje accesible. Si en un primer instante, el deseo de una Iglesia misionera en salida —como la expresión «hospital de campaña»— pudo causar sorpresa y extrañeza, a lo largo del pontificado se fue haciendo más comprensible.

Se trata de una forma de entender el ser Iglesia, que ha estado muy presente en el contexto de América Latina y el Caribe desde la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (1968). Esta perspectiva fue alcanzando definiciones cada vez más claras a lo largo de los años. Su culmen puede verse en el documento final de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Aparecida (2007), que tuvo al propio cardenal Bergoglio como coordinador de redacción.

La Conferencia de Aparecida representa un hito en la historia reciente de la Iglesia latinoamericana y caribeña. En ella, los obispos apuntan una serie de indicaciones para una renovación de las prácticas pastorales, reconociendo por el Bautismo la igual dignidad de hombres y mujeres y declarando la importancia de los laicos en la promoción de la vida comunitaria y de la religiosidad popular, sin olvidar la necesidad de revisar el lenguaje y las estructuras.

El pontificado del Papa Francisco puede entenderse mejor a partir del contexto en el que ejerció su ministerio episcopal antes de ser elegido Obispo de Roma. Atento al grito de los más pobres en su Buenos Aires natal, y habiendo acompañado de cerca, especialmente durante la asamblea de Aparecida, las angustias de los obispos de la región amazónica ante los males de un poder que destruye y mata, se tornó en la voz profética de multitudes —creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos— de todos los continentes, dispuestas a colaborar para dejar el mundo un poco mejor a las generaciones futuras.

El Papa Francisco ha traído un soplo de aire fresco a una Iglesia que quizás se sentía cansada, que luchaba por responder a los desafíos del tiempo presente, que estaba marcada por signos de nostalgia de un tiempo que ya no existe. ¡Francisco continúa siendo un fuerte signo de esperanza! Esperanza de que, iluminados por el Evangelio, como discípulos de Jesucristo, en el crepúsculo del tiempo presente podemos promover, no solo en el seno de la comunidad eclesial, espacios de conversión de procesos, de relaciones y de vínculos.

Vale la pena recordar una de sus afirmaciones ante el Comité Coordinador del CELAM en 2017, que puede aplicarse a todo hombre y mujer de buena voluntad: «Si queremos servir […] tenemos que hacerlo con pasión». ¿Servir a quién? ¡Servir al ser humano contemporáneo! ¡Servir a nuestra casa común! ¡Servir a la causa del Evangelio!

El Sínodo sobre la Amazonia destacó la urgencia de promover espacios de conversión: conversión social, cultural, ecológica y sinodal. Estas indicaciones representan un legado de su magisterio y seguirán caracterizando la acción de la Iglesia a lo largo de los años.

Frente a un tiempo marcado por la polarización, la crisis de las democracias y de las instancias de mediación internacional, los conflictos armados que se multiplican, las catástrofes climáticas cada vez más frecuentes, la creciente desigualdad, una sociedad marcada por el cansancio y el miedo y la pérdida de sentido de la vida, la voz del Papa nos sigue invitando a «lanzar las redes en aguas más profundas», a promover el cuidado, a cultivar la esperanza que no defrauda, con la mirada puesta en el mundo de los pobres, porque Cristo vino para que «todos tengan vida y la tengan en abundancia».