Paula Cobo: «Mi hermana integró el cáncer en su vida con una naturalidad increíble» - Alfa y Omega

Paula Cobo: «Mi hermana integró el cáncer en su vida con una naturalidad increíble»

María Cobo, hermana de esta madrileña, murió tras empeorar de camino al Jubileo. Pese a todo, «estoy muy agradecida. Te convencía de que el rostro de Dios es de padre»

José Calderero de Aldecoa
Paula, a la izquierda, junto a su hermana
Paula, a la izquierda, junto a su hermana. Foto cedida.

Ha pasado poco más de un mes desde el fallecimiento de María (en la foto las vemos a las dos, ella a la derecha). ¿Cómo se encuentra?

—En general, en casa, estamos bastante enteros. Nos pudimos despedir de ella y eso ha facilitado mucho las cosas. Es verdad que perder a una hermana es un palo grande, pero es muy bonito todo lo que nos ha dejado.

¿Por ejemplo? ¿Con qué se queda de todo lo vivido en los últimos años?

—Yo solo puedo dar las gracias por todo lo que ha pasado. Estos días no he podido ser más feliz. Sí, la palabra es felicidad, paz, calma. Estoy muy agradecida. Si me pregunta por qué, diría que por cómo ha vivido ella la enfermedad. Nunca se quejaba de su situación. Podía manifestar que le dolía algo en un momento determinado, pero jamás cuestionó el sentido de lo que le ocurría. Siempre tuvo muy claro que era el plan de Dios y que todo lo que le estaba pasando tenía un sentido mucho más grande del que nosotros pudiéramos comprender en ese momento.

No debe de ser fácil vivir así la enfermedad.

—A mí, de primeras, me costó entenderlo, pero enseguida te contagiaba su espíritu vitalista y te convencía a fuerza de hechos de que el verdadero rostro del Señor es el de un padre que nos sostiene en los momentos más difíciles. Su testimonio convirtió en realidad para mí aquel cuento que habla de una persona que camina junto al Señor en la playa. Ambos van dejando las huellas sobre la arena, hasta que, de pronto, unas de las pisadas desaparecen. «Señor, ¿por qué me abandonaste en ese punto?», pregunta. «No me separé de ti nunca. Las huellas que ves sobre la arena son las mías cuando cargaba contigo en los momentos de dificultad». La verdad es que era increíble. María solía decir que le daba mucha rabia que el mundo viera el tema del cáncer como una batalla perdida. Para ella no lo era, independientemente del resultado. Decía que en ella el milagro ya se había producido. Y, de hecho, integró el cáncer en su vida con una naturalidad increíble. En una jornada, podía comer en casa, ir al hospital y luego quedar con sus amigas a tomar algo.

¿De dónde sacó semejante fe?

—Dio un salto grande después de hacer el retiro de Effetá. También recuerdo una ocasión en la que estaba más intranquila ante la perspectiva de una nueva sesión de quimioterapia. Antes de que empezara, me dijo que quería ir a la capilla. Allí escribió un texto precioso y al salir me comentó, totalmente convencida, que ya lo había entendido todo. «Acabo de entender a Jesús. Él tampoco quería que lo crucificaran, pero allá que se fue. Yo igual. Si me tienen que dar quimio es porque tiene que ser así y seguro que será lo mejor para mí». Me habló también del sentido del sufrimiento y de cómo en él nos encontramos con Cristo.

¿Cómo han afectado estas vivencias a su vida personal? ¿La han ayudado de alguna forma a acercarse más al Señor?

—Totalmente. Y no solo a mí. Me han escrito muchísimas personas que se han sentido tocadas por el testimonio de María. Una enfermera, por ejemplo, le dijo que le daba mucha paz. «Qué buena eres». Y ella le contestó de sopetón que «eso que ves no soy yo, es Dios». La enfermera se puso a llorar y tuvo que salir de la habitación. Yo, por mi parte, le doy gracias a Dios. Considero una suerte el haber podido estar un periodo de tiempo —aunque corto— con una hermana tan increíble como la mía. Siempre digo que María es la que me ha abierto las puertas de todo. Y ahora lo ha hecho con las del cielo. Ha ido siempre tres pasos por delante incluso de mí, que soy la mayor de los tres hermanos.

¿Qué supusieron para la familia las palabras que el Papa León XIV le dedicó durante el Jubileo de los Jóvenes?

—Fue increíble. Las sentimos como un bálsamo. Para mi hermana era un sueño vivir el Jubileo de los Jóvenes y encontrarse con el Papa. Pero como se puso tan malita se tuvo que volver a Madrid y falleció pocos días después. Puede parecer que no se cumplió su sueño, pero que el Santo Padre se refiriera a ella es la señal de que, en realidad, ambos se encontraron, aunque no en un sentido físico.

Menuda aventura tuvo que ser lo de tratar de llegar hasta Roma. ¿Cómo fueron esos últimos días de María?

—La verdad es que sí. Ella se había pasado diez días antes yendo al hospital para empezar un nuevo tratamiento. Al acabar, los médicos no vieron ningún problema en que se fuera de viaje. Primero nos fuimos unos días de convivencia a los Alpes. De ahí, la idea era pasar al monasterio de las hermanas de Belén y, posteriormente, unirnos en Roma al resto de jóvenes para participar en el Jubileo. Lo que ocurrió es que se empezó a encontrar muy cansada, le costaba respirar y terminó por toser sangre. Ella quería continuar a toda costa, pero nosotros no lo veíamos prudente y no sabíamos cómo hacer que entrase en razón. Llegamos hasta la casa de las religiosas y allí empeoró más y ya se dio cuenta de que debía volver. El vuelo de regreso fue todo un panorama. Se ahogaba. Apenas tres días después de llegar, falleció. Murió, yo creo, en el mejor escenario posible: en Madrid, en su hospital, que ella decía que era su segunda casa, cogida de la mano de mis padres. Sonaban de fondo unas canciones de Hakuna que mi padre había puesto, les lanzó un beso y ya dijo: «Me tengo que ir».