Roma prepara el funeral del Papa - Alfa y Omega

Roma prepara el funeral del Papa

En 2023 Francisco solicitó que fuera simplificado su ritual fúnebre

Javier Martínez-Brocal
Francisco durante la bendición 'urbi et orbi' en la época de la COVID-19
Francisco durante la bendición urbi et orbi en la época de la COVID-19. Foto: CNS.

La hora más triste de Roma es sin duda el funeral de los sucesores de Pedro, cuando las miradas del mundo se concentran en un ataúd dispuesto ante la basílica vaticana. Cientos de miles de peregrinos, miles de obispos y sacerdotes, cientos de embajadores y decenas de líderes mundiales se van a reunir en la Ciudad Eterna para dar el último adiós al Papa Francisco. Para los creyentes será un momento de oración, para el resto, al menos, un homenaje a su vida y su mensaje y una prueba del vacío que deja en el corazón de tantas personas.

En 2023 Francisco solicitó que fuera simplificado su ritual fúnebre. Por ejemplo, estableció que la declaración oficial de defunción fuera un momento de oración, no un gesto protocolario y tuviera lugar en una capilla y no en una sala. También quiso que el velatorio comenzara lo antes posible en la basílica de San Pedro, y que el cadáver estuviera ya en un ataúd y no en un catafalco. En cuanto al ataúd, no consideró necesario que fuera triple, de ciprés, plomo y roble, una costumbre que se explicaba por los intentos en el pasado de robar los restos de los Pontífices.

«Quiero que los papas sean velados y sepultados como cualquier hijo de la Iglesia. Con dignidad, como a cualquier cristiano, pero no sobre almohadones. En mi opinión, el ritual actual estaba demasiado recargado», reveló en el libro entrevista El Sucesor escrito junto al corresponsal de Alfa y Omega. «Que sea como en todas las familias, como con cualquier cristiano», subrayó entonces.

Otra novedad importante es que en las oraciones de la misa se usarán títulos más sencillos para referirse al sucesor de Pedro, como «Papa», «Obispo de Roma» y «Pastor», y se evitará, por ejemplo «Romano Pontífice» o «Sumo Pontífice». Será una ceremonia sencilla y sobria, pero en cualquier caso única en su género.

La víspera de la Misa, dentro de la basílica y ante muy pocos testigos, será cerrado el ataúd, último rito antes de poder celebrar el funeral. El maestro de ceremonias mirará por última vez el rostro del Papa y lo cubrirá con un velo blanco de seda. A continuación, depositarán a su lado una bolsa de tela con medallas del pontificando: las de oro se corresponden a la cifra en años de su pontificado, las de plata, a los meses y las de bronce, a los días. También pondrán un tubo de plomo con un pergamino en el que estará recogida su biografía.

Pasará la noche velado por la Guardia Suiza y por la mañana, se abrirán los cortinajes rojos de la cancela principal de la fachada de San Pedro para dejar pasar a doce «sediarios» que transportarán a la plaza el féretro con los restos mortales de Francisco, mientras tañe la campana de difuntos de la basílica vaticana.

Llevarán el ataúd delante del altar, junto a un cirio encendido, y pondrán sobre él un ejemplar de los Evangelios, que fueron la principal inspiración para la vida, la bondad y la misericordia del Papa. Celebrará la misa el cardenal decano, Giovanni Battista Re, de 91 años, y tendrá una homilía que escucharán con atención todos los cardenales.

La Misa concluirá con una triple oración que la Iglesia reza sólo en los funerales de los Papas. Es justo después de la bendición final y se trata del rito de la «última recomendación y despedida». Primero la pronuncia, ante el ataúd el cardenal vicario de Roma, de parte de la Iglesia de la ciudad de la que Francisco fue obispos; después la hace un Patriarca oriental, en nombre de las Iglesias orientales; y concluye el cardenal decano, con una oración en nombre de toda la Iglesia.

A continuación, los doce «sediarios» alzarán de nuevo a hombros el ataúd del Papa, que inmediatamente será trasladado a la basílica de Santa María la Mayor -y no a las grutas vaticanas- para recibir la sepultura. Miles de personas lo acompañarán por las calles de Roma hasta llegar a una iglesia que recuerda a la Virgen como «Madre de Dios», la «mayor advocación, el mayor honor», Santa María la Mayor. Allí está el antiguo icono de la Salus populi romani, «Salvación del pueblo de Roma», la imagen ante la que los primeros jesuitas rezaban antes de partir en misión.

«El Vaticano es la casa de mi último servicio, pero no la de la eternidad», explicó el Papa en su autobiografía Esperanza para justificar esta decisión. «Estaré en una sala en la que hasta ahora guardaban candelabros, cerca de esa Reina de la Paz a la que he pedido ayuda siempre y por la que me he hecho abrazar durante mi pontificado más de cien veces», añadió. Dijo entonces que «siendo cardenal, siempre había ido; también antes y después de los viajes apostólicos, para que ella me acompañe, como una madre, para que me diga lo que tengo que hacer, para que vigile mis gestos».
El sepelio tendrá lugar ese mismo día. Allí, ante muy pocos testigos, el ataúd será sellado con sellos de lacre de la prefectura de la Casa Pontifica, del Maestro de ceremonias litúrgicas pontificias y de los canónigos de esta basílica. Luego, el féretro será calado en la tumba mientras se reza un responso.

La basílica está en la zona del Esquilino, el lugar de la Antigua Roma reservado para la sepultura a los pobres y los esclavos. El Papa no lo sabía cuando eligió el lugar, pero la tarde que este periodista se lo dijo, se le iluminó la mirada. Allí Francisco descansará en paz.