Solemnidad de la Asunción: «María somos nosotros cuando no huimos» - Alfa y Omega

Solemnidad de la Asunción: «María somos nosotros cuando no huimos»

La liturgia propone para la solemnidad de la Asunción el pasaje evangélico de la visitación. Ese día, ha dicho el Papa, «dos mujeres se encontraron en la fe, después permanecieron tres meses juntas para ayudarse, no solo en las cosas prácticas, sino en un nuevo modo de leer la historia»

Redacción
Un momento de la Misa de la Asunción. Foto: Vatican Media.
Un momento de la Misa de la Asunción. Foto: Vatican Media.

«En María de Nazaret está nuestra historia, la historia de la Iglesia inmersa en la humanidad común». Así ha arrancado el Papa León XIV su homilía en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, celebrada cada 15 de agosto. Ella, ha recalcado el Pontífice desde la parroquia Santo Tommaso da Villanova en Castel Gandolfo, estaba con su hijo al pie de la cruz, «unida». Hoy, ha señalado, «podemos intuir que María somos nosotros cuando no huimos, somos nosotros cuando respondemos con nuestro “sí” a su “sí”».

Trayendo este mensaje a la actualidad, el Papa ha constatado que «en los mártires de nuestro tiempo, en los testigos de la fe y de la justicia, de la mansedumbre y de la paz, ese “sí” sigue viviendo y sigue enfrentando a la muerte». De este modo, «este día de alegría es un día que nos compromete a decidir cómo y para quién vivimos».

La liturgia propone para la solemnidad de la Asunción el pasaje evangélico de la visitación: «Es hermoso regresar a ese momento en el día en que celebramos la meta final de su existencia. Toda historia en la tierra, incluso la de la Madre de Dios, es breve y termina. Pero nada se pierde». En este día, el del encuentro con su prima Isabel, «se contiene el secreto de cualquier otro día, de cualquier otra época». Ese día «dos mujeres se encontraron en la fe, después permanecieron tres meses juntas para ayudarse, no solo en las cosas prácticas, sino en un nuevo modo de leer la historia».

Haciendo un paralelismo con nuestro mundo, ha recordado que «Dios trunca la desesperación por medio de experiencias concretas de fraternidad, por medio de nuevos gestos de solidaridad». Se trata de experiencias que «todos, en cada comunidad cristiana, deberíamos poder decir que hemos vivido; que parecen imposibles, pero en ellas se sigue revelando la Palabra de Dios. Cuando nacen los vínculos con los que nos oponemos al mal con el bien, a la muerte con la vida, entonces vemos que «no hay nada imposible para Dios»».

En algunas ocasiones, ha lamentado el Pontífice, «allí donde predominan las seguridades humanas, un cierto bienestar material y esa relajación que adormece las conciencias, esta fe puede envejecer. Es entonces cuando nos invade la muerte, en formas de resignación y queja, de nostalgia e inseguridad». En lugar de ver «que este viejo mundo se acaba, se sigue buscando auxilio en él; el auxilio de los ricos, de los poderosos, que generalmente se acompaña con el desprecio de los pobres y los humildes». Pero la Iglesia «vive en sus miembros frágiles, rejuvenece gracias a su Magníficat».

También hoy «las comunidades cristianas pobres y perseguidas, los testigos de la ternura y del perdón en los lugares de conflicto, los operadores de paz y los constructores de puentes en un mundo hecho pedazos son la alegría de la Iglesia, son su permanente fecundidad». Muchos de ellos «son mujeres, como la anciana Isabel y la joven María; mujeres pascuales, apóstoles de la resurrección. ¡Dejémonos convertir por sus testimonios!»

Finalmente, el Papa ha exclamado: «¡No tengamos miedo de elegir la vida! Con frecuencia puede parecer peligroso, imprudente. Cuántas voces están siempre ahí susurrándonos: “¿Quién te obliga a que lo hagas? ¡Déjalo! Piensa en tus propios intereses”. Son voces de muerte». Como individuos y como Iglesia «ya no vivimos para nosotros mismos. Es precisamente esto —y solo esto— lo que hace que se difunda y prevalezca la vida. Nuestra victoria sobre la muerte comienza desde ahora».