Tras el telescopio, el Creador
La fe también instruye, ya que abre un campo de entendimiento en el que la persona no solo habla, sino que también escucha. El telescopio es, así, el reverso del rosario
La ciencia ha sido siempre cristiana. Quiero decir que la realidad, entendida en sentido amplio, no puede ser más que la prueba de la existencia de Dios. El problema es que, durante algunos siglos, el hombre, enamorado de una razón endiosada, se dedicó a pronosticar la muerte del Creador y el comienzo de un nuevo tiempo, que llamaron luminoso, en el que la sola inteligencia humana podría descifrar los grandes enigmas de la historia. Ya sabes: el tiempo, la muerte, el universo. Pero han pasado los años y tenemos ya unos cuantos descubrimientos. Entre ellos, que si algo demuestra el Big Bang es que el universo tuvo un comienzo. Robert Wilson, ganador del Nobel de Física en 1978, lo describió con precisión: «No existe una teoría mejor del origen del universo que pueda corresponder hasta tal punto con el Génesis».
Es más, ¿cómo puede un ateo racionalista demostrar el ajuste complejo e imprescindible de las leyes físicas que permiten la vida del hombre en la Tierra? No puede, claro. Voltaire, nada sospechoso, lo resumió con honestidad: «El universo me plantea un problema y no puedo imaginar que este reloj exista sin que exista un relojero».
El caso es que todavía algunos tratan de levantar una barrera entre la ciencia y la fe, cuando, en el fondo, ambas se abrazan en busca de la verdad. Sin embargo, esa barricada cayó, como lo hizo la fe en una razón suficiente, como acabó muriendo la fe en un superhombre con capacidad para afirmar la vida en su totalidad gracias a su voluntad de poder. Nietzsche lo formuló, pero la historia lo desmintió.
El Papa León XIV ha visitado este domingo el Observatorio de la Santa Sede, coincidiendo con el 56 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. La Specola Vaticana, cuyas raíces se remontan al siglo XVI, es todo un símbolo de la contribución de la Iglesia a la investigación científica. Además, el Papa mantuvo un diálogo con el astronauta Buzz Aldrin, quien, a sus 95 años, es el último superviviente del Apolo 11. Según la nota difundida por el Vaticano, «meditaron juntos sobre el misterio de la creación, su grandeza y su fragilidad».
Reconocer el misterio es afirmar la condición creada del hombre, su limitación intrínseca, su dependencia y, necesariamente, su libertad. Y sobre todo esto, precisamente, se puede estudiar y meditar, y ambos caminos constituyen vías de conocimiento. Porque la fe también instruye, ya que abre un campo de entendimiento en el que la persona no solo habla, sino que también escucha. El telescopio es, así, el reverso del rosario.
Hoy en día, el materialismo se ha convertido en una creencia irracional, como han demostrado recientemente Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies. Eso no quiere decir que la sola razón pueda demostrar la existencia de Dios, porque sigue siendo necesario un salto de fe. Lo que sí es evidente es que ese paso es absolutamente racional, lógico, consecuente con la tendencia natural del hombre a querer saber más.
Si solo un Creador ha podido hilar tan fino, lo único inteligente que podemos hacer en nuestra vida es buscarlo.