¿Última ración de calamares?
El lamento que, en esta tercera entrega, oímos en boca de uno de los protagonistas cuando dice «no somos caballos, somos seres humanos», contextualiza muy bien el juego, al que paulatinamente se le ha ido apagando la originalidad y la gracia
El juego del calamar 3 ha pulverizado las audiencias. La saga ya es la más vista de la historia de Netflix y solo por el hecho de que se haya convertido en un fenómeno social, merece la pena que le prestemos atención. Por si hay alguien que, a estas alturas, ni siquiera sabe de qué estamos hablando, El juego del calamar irrumpió en Netflix en plena pospandemia, allá por 2021. Se trata de una serie surcoreana en la que, con una violencia descarnada, a medio camino entre la provocación más cruda y el aparente juego infantil, nos sacude para contar la historia de ambición de unos parias de la tierra que son seleccionados y secuestrados con la promesa de que, si ganan el juego, serán multimillonarios. Solo puede quedar uno, así que se pueden imaginar que el baño de sangre en el que nos sumergimos tiene que ver, además de con el dinero, con el simple y humano instinto de supervivencia. El lamento que, en esta tercera entrega, oímos en boca de uno de los protagonistas cuando dice «no somos caballos, somos seres humanos», contextualiza muy bien el juego, al que paulatinamente se le ha ido apagando la originalidad y la gracia.
Seong Gi-hun, el protagonista principal, sigue embarcado en la tarea de acabar con el macabro juego y con sus creadores. No podemos hacer spoiler, pero diremos solo que, en la tercera temporada, la misión da un giro, entra un bebé en juego y, en medio de la matanza, parecemos atisbar una luz durante el túnel. Después del bajón de la segunda temporada, esta última remonta un poco y es de agradecer que las preguntas fundamentales vuelvan, en medio de un canto por la vida y una cuestión por el sacrificio y la salvación que crecen al final con mucha fuerza. Dicho esto, la utilización de una violencia excesiva que, tal vez al principio, era incómoda e interpeladora, se ha terminado por convertir en parte de un espectáculo banal. Nos habían prometido que sería la última, pero hay indicios en el propio final de la serie de que, aunque sea como spin-off y no sea exactamente en versión surcoreana, nos quedan todavía unas cuantas raciones de calamares en el menú.